Hasta quién sabe dónde (episodio 4)

1°/11/2025

por Lucio Casarini

Ricardo Gabriel Bermejo es boxeador, mago y poeta. Nacido en la ciudad bonaerense de Pergamino, se considera habitante del mundo. Entre infinidad de peripecias inusitadas y dramáticas, conoció la gloria como héroe olvidado del atletismo y campeón de pugilismo sin corona. Este relato por entregas recoge su testimonio.

Creo en el amor en sentido amplio; hacia la humanidad, una mujer, un amigo, un niño, los animales, la naturaleza, un oficio, un deporte, una carrera o un proyecto; creo en el amor en todo el arco de posibilidades. También me considero un hombre de familia; fui criado con el padre sentado en la cabecera de la mesa, la madre manejando todo y los hijos aprendiendo de ellos; tuve una infancia con un contexto afectivo bastante típico, otros chicos en cambio crecen con ausencias o separaciones.

En el amor entre el hombre y la mujer considero que hay un destino, adhiero al mito de la media naranja; lo que pasa es que hay que estar atento o despierto, porque a veces aparece y no la reconocemos o valoramos. Quizás cuando uno es pendejo se la pasa exprimiendo media naranjas; a medida que va creciendo se da cuenta que hay ciertos valores fundamentales de la pareja. En un momento de la vida uno se entera naturalmente o a la fuerza de que necesita una compañía. No necesariamente es buscada; en general, en todo lo que yo anduve, las cosas o las personas siempre vienen a mí o vuelven a mí; esto es aplicable a los afectos, el deporte, la magia y otros terrenos; no es tanto que busqué las cosas, sino que aparecieron. Después, obviamente, en cada uno está la decisión de agarrarlas y abrazarlas.

Mi historia con Cristina, mi mujer, es fascinante. Nos conocimos en 2001 a través del padre, Ernesto Mizrahi, a quien he mencionado; yo estaba creciendo rápido en la faceta boxística y necesitaba ordenar mi cabeza, mi mente. Kuky me contó que su hija era psicóloga experta en terapia para alto rendimiento deportivo y me la recomendó. Hablé con ella e hicimos un canje; yo inicié un plan dentro de su terapia; ella se convirtió en alumna mía de pugilismo recreativo en un gimnasio que quedaba a la vuelta de su casa, en Bartolomé Mitre y Mario Bravo; era de pesas y recientemente había incorporado el boxeo. La química fue inmediata; nos sentimos atraídos y así, sin demasiados preámbulos, empezó nuestro romance.

Gabriel Bermejo y su esposa Cristina en República Dominicana, 2025.

Conocí a Kuky en la Federación Argentina de Boxeo. Tanto él como Cristina eran jurado, la persona que vota para establecer el veredicto de una pelea. Mi suegro sabía todo y conocía a todos, entendía cómo venía la tramoya. Fue un periodista muy conocido en la época de oro del Luna Park, el mítico estadio cubierto del centro porteño. Le gustaba con locura el boxeo; viajó por todo el mundo; era uno de los miembros más queridos del gremio; unos cuantos periodistas famosos empezaron o se formaron con él. Se enfermó joven y tuvo que retirarse prematuramente.

Ernesto era un ser humano excepcional que se brindaba generosamente. Era un tipo petiso, culto, leído y refinado; una enciclopedia del boxeo; de joven creo que había practicado; me enseñó un montón. Por el año 2001, yo iba todas las tardes a charlar con él; me explicó el aspecto corporativo, cómo funcionan los organismos locales e internacionales. Lo recuerdo charlando en el balcón de su casa; pasábamos horas. Él vivía recluido porque estaba débil del corazón, yo lo visitaba después de entrenar en la Federación.

Cristina es psicóloga con varias especialidades. Ha desarrollado bastante la terapia de pareja y es pionera dentro de la Argentina en el método para alto rendimiento deportivo. En el momento que me sometí al tratamiento era algo novedoso, ahora todo el mundo lo aplica. Incluye ejercicios para relajarse, explorar límites o barreras mentales, aumentar la concentración, animarse a combatir con alguien golpeado, soportar la impresión de ver sangre y cuestiones por el estilo. Cualquier dificultad puede tratarse terapéuticamente. A mí me hizo un gran bien. Es algo revolucionario. A continuación, la palabra de mi esposa.

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«Mi papá se llamaba David Ernesto Mizrahi, apodado Kuky, su seudónimo era Ernesto Misray. Mi mamá, Rosa María Suárez, alias Dody. Ambos eran porteños; papá nació el 28 de marzo de 1941 y mamá el 26 de enero de 1943; él murió el 20 de septiembre de 2007 y ella el 21 de mayo de 2024. Los apodos Kuky y Dody provienen de la infancia de ambos, carecen de un significado concreto.»

«Mi único abuelo inmigrante es el paterno, que había nacido en Esmirna, la ciudad histórica de Turquía. Llegó en la década de 1930, lo había precedido un hermano mayor, después vinieron las hermanas mujeres y creo que también los padres. Pero yo no los conocí. Mi abuela paterna era descendiente de calabreses de una ciudad que se llama Tropea.»

Víctor Emilio Galíndez.

«Mi abuela materna casualmente tenía ascendencia en la misma zona de Italia. Mi abuelo materno era hijo de madre soltera, llevaba el apellido materno, Suárez, y nació en Pehuajó. De la generación de mis bisabuelos, ella es la única que conocí, murió cuando yo era chica; creo que después de que nació su hijo emigró a la Capital Federal, donde con los años se casó con un hombre.»

«Mi mamá tenía 13 años cuando se puso de novia con mi papá, que tenía 14, y estuvieron juntos hasta la muerte de él, toda la vida. Mamá, en vez del secundario, hizo la escuela profesional; se recibió como profesora de dibujo y labores. Trabajó como vendedora en una boutique llamada Moda Cecil, que llegó a ser una de las más importantes de Almagro y todavía existe. Desde los 18 hasta los 25, que nací yo, se dedico al hogar. Más tarde empezó a vender ropa de forma independiente.»

«Papá se recibió de maestro en la Escuela Normal Mariano Acosta y ejerció varios años, le encantaba la docencia; pero su vocación era el periodismo, que estudió en la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos. Empezó muy joven en la revista El Ciclón, semanario con noticias del Club Atlético San Lorenzo; luego pasó a otro semanario, Campeón; más tarde a la revista Goles, competencia de El Gráfico. Sus especialidades eran el boxeo y el fútbol, pero también hacía otros deportes.»

«Cuando Goles en 1976 lo envió a Sudáfrica para el combate entre Víctor Galíndez y Richie Kates, de rebote cubrió un match de Los Pumas; en la delegación estuvo Manuel González, otro boxeador argentino que hizo una contienda preliminar. Esa pelea de Galíndez es histórica, conmocionante, encima coincidió con el asesinato de Ringo Bonavena. La información se enviaba mediante el teletipo o télex, sistema anterior a internet que permitía enviar mensajes mecanografiados punto a punto a través de un canal simple, a menudo un par de cables de telégrafo.»

«Goles pertenecía a la Editorial Julio Korn, que fue absorvida por Editorial Abril, dueña de la revista Radiolandia 2000, orientada a los espectáculos, donde papá, en medio de la reestructuración, comenzó a hacer notas de color a deportistas célebres. Su siguiente etapa fue la revista River, donde empezó como redactor y se convirtió en director. En esta publicación le hizo una nota a Gabriel Sabatini, una niña de 12 años que jugaba muy bien al tenis y luego se convertirá en figura internacional.»

«Viajó por todo el mundo. Fue muchas veces a Estados Unidos y Europa, hizo tres viajes a Japón alrededor de 1980 para cubrir presentaciones de distintos boxeadores argentinos. Viajó mucho a España, Italia y Francia, donde seguía el boxeo, que era su especialidad, y en paralelo lo que sucedía en otros deportes, principalmente las participaciones de Carlos Reutemann en la Fórmula Uno, Guillermo Vilas en el tenis y Los Pumas en el rugby.»

«En Estados Unidos fue espectador presencial del apogeo de Don King como organizador de grandes veladas de boxeo que atraían a la prensa mundial. Ernesto Cherquis Vialo iba para El Gráfico y mi papá para Goles; además, los dos trabajaban en otros medios. En simultáneo, papá recorrió Latinoamérica cubriendo boxeo y también fútbol, por ejemplo partidos de la Copa Libertadores.»

Carlos Monzón.

«En radio trabajó para casi todas las emisoras de alcance nacional, sobre todo dentro de transmisiones de fútbol en el papel de cronista; partidos de primera división y también del ascenso. En Radio Rivadavia integró la Oral Deportiva de José María Muñoz; además, hizo la columna especializada para el programa nocturno de Juan Alberto Badía; recuerdo que lo acompañé a este espacio, fue la primera vez que entré a un estudio de radio. Después, estuvo con Miguel Ángel de Renzis cuando hacía coberturas deportivas; con él, papá cubrió principalmente el ascenso; De Renzis posteriormente se volcó a la información política.»

«Cuando estaba en Rivadavia, en paralelo escribía en el diario Crónica y la revista Goles. Siguió la carrera de Carlos Monzón, con el que tenía amistad; papá estuvo en todas sus defensas de la última etapa; como el ídolo estaba distanciado con Tito Lectoure, el dueño del Luna Park, competía en el extranjero. La última presentación de Monzón en Buenos Aires fue en 1974 contra Tony Mundine; en 1975 enfrentó a Tony Licata en Nueva York y a Gratien Tonna en París; en 1976 luchó con Rodrigo Valdez en Montecarlo; en 1977, antes de anunciar su retiro como campeón invicto, volvió a vencer al mismo rival en igual escenario.»

«Papá además estuvo bastante junto a otros boxeadores: Miguel Ángel Castellini, otro campeón del mundo; Miguel Ángel Campanino, alias el Zorro, campeón sudamericano; más adelante, Sergio Víctor Palma; Gustavo Ballas, igualmente campeón del mundo; Ubaldo Sacco, el famoso Uby (que como Monzón, Bonavena o Galíndez terminó de manera trágica), ídem; Látigo Coggi, el Roña Castro… Es una lista infinita de nombres, había peleas todas las semanas en el Luna Park.»

«Por otra parte, laburó en diarios. Por ejemplo, Crónica, Popular y Tiempo Argentino, adonde llevó a Osvaldo Príncipi, que lo secundaba con la estadística, algo que mi viejo odiaba. Cuando papá se enfermó y se retiró, Príncipi quedó. Reproduzco lo que le contó el último a Mariano Oropeza, del periódico Serargentino.com: ‘En el periodismo gráfico quien me enseñó a escribir fue Ernesto Mizrahi, que me contrató el en diario Tiempo Argentino. Me acuerdo de sus rabietas porque yo no sabía escribir a máquina, y eso que mi madre enseñaba mecanografía. Kuki Mizrahi tuvo paciencia y generosidad en mis inicios gráficos’.»

Oscar Bonavena, Ringo.

«En televisión arrancó en Canal 9 en un programa estilo polémica. Estuvo mucho tiempo en Canal 13 como movilero; en ese momento se decía auriconista; hacía notas que después se editaban y salían en el noticiero de la noche; cuando se enfermó quedó impedido para esa tarea y se convirtió en redactor.»

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«El único mundial que cubrió mi papá fue el de 1978. Lo mandaron a la sede de Mendoza, con mamá lo acompañamos algunos días, como una semana. Los equipos de ese grupo fueron Holanda, Escocia, Perú, Brasil y Polonia. Nos alojamos en el hotel Aconcagua, uno de los más importantes; era nuevo; en la confitería veíamos a los fanáticos holandeses y escoceses festejando; tomando cerveza, gin; cantando hasta altas horas de la madrugada. Originalmente, a mi viejo le iban a dar la sede de Rosario, ahí hubiera cubierto los partido de Argentina, después de que la Selección quedó segunda por la derrota contra Italia.»

«En la época de mi papá, los periodistas deportivos resguardaban su independencia a rajatabla; nunca decían si simpatizaban por un contendiente, un club o un gobierno. Mi viejo jamás militó en el terreno partidario; en su pensamiento o ideología era socialista, admirador de Alfredo Palacios, el primer legislador de esa tendencia en América, pero carecía de contacto con figuras políticas».

«Como cronista del noticiero de Canal 13 hizo de todo, también temas de actualidad. Solía contar la anécdota de que el 20 de junio de 1973 le tocó ir a Ezeiza para cubrir el regreso definitivo a la Argentina de Juan Domingo Perón, un acontecimiento multitudinario que se convirtió en un tiroteo abierto entre facciones armadas; todos estaban en peligro; destacaba que Leonardo Fabio, el famoso cineasta, puso el cuerpo para garantizar la seguridad de los más expuestos; entre otros, los periodistas.»

«Papá siempre recordaba con admiración que en el Mundial 78 los cronistas holandeses, con enorme coraje, difundieron información hasta entonces censurada sobre la violencia de la dictadura argentina, como la existencia a gran escala de centros clandestinos de detención y prácticas criminales masivas como desaparecer personas».

Juan Martín Coggi, Látigo.

«En 1983, mi viejo tuvo un infarto que lo limitó para el ejercicio profesional. En 1985 sufrió un accidente cerebro vascular; un coágulo que se desprendió del infarto llegó al cerebro y provocó el ACV; en ese momento, lamentablemente, se descuidaba la autocoagulación, tratamiento médico que utiliza remedios para favorecer el flujo sanguíneo. Esto complicó mas todavía su carrera periodística.»

«De todas formas, siguió trabajando; volvió a la docencia, esta vez donde había estudiado, la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos, bautizada José López Pájaro, que funciona en el centro porteño. En esa época había menos instituciones pedagógicas del oficio. Los jóvenes se formaban con la práctica, desarrollando la actividad; el carnet profesional se otorgaba a quien podía acreditar dos años de desempeño. Papá tenía a su cargo la cátedra de Periodismo Gráfico; yo también fui docente en el Círculo; ingresé de la mano de él y estuve 20 años, hasta que me fui a vivir a San Luis.»

«De la generación de mi viejo, los periodistas que quedan, más reconocidos, son Horacio Pagani y Ernesto Cherquis Vialo. Otros destacados son Ulises Barrera, Julio Ernesto Vila o Hernán Santos Nicolini. Los que transmitían boxeo por Radio Rivadavia eran Osvaldo Caffarelli y Horacio García Blanco; me acuerdo porque yo iba al Luna Park desde los 11 o 12 años acompañándolo; muchas radios transmitían; había velada los miércoles y los sábados. Recuerdo a periodistas más jóvenes que se iniciaron en ese tiempo, como Walter Nelson, el yerno de Osvaldo Caffarelli; también Walter Vargas, un periodista platense que trabajó en Fox y Télam; otro es Marcelo González, que hace la cobertura de Boxeo de Primera con Sergio Chiarito, que a su vez creo fue alumno de mi viejo.»

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De repente, uno descubre que está ansioso por ver a la otra persona o le gusta su perfume o hablar, de a poquito se va enamorando. Igual creo que el hecho de que a uno le atraiga mi mujer es fácil, porque es muy linda. Ella estaba separada y yo en pareja, aunque era medio pirata. Hice un trabajo fino y de repente, un día, empezamos a vernos y andar a escondidas. El contexto social y político era singular, 2001, el ocaso del Gobierno de Fernando de la Rúa, que empezaba a caerse a pedazos. Agarramos juntos la locura que vino; ese año justo debuté como profesional, pero debido a la crisis económica, social y política estuve casi un año sin pelear. Era un caos, mucha gente desocupada, los precios por las nubes, un poquito menos que ahora.

Gabriel Bermejo y su esposa Cristina en República Dominicana, 2025.

Estuvimos como un año y medio a las vueltas. Yo iba y venía; seguía con mi pareja, pero cuando veía a Cristina me quedaba en la casa de ella; hasta que en un momento, en 2003, hablamos: esto no puede seguir así, o cortamos o seguimos bien; ella decidió terminar, me dijo que yo todavía no estaba preparado, que cuando me sintiera listo la buscara. Tenía un gran dolor en el corazón, extrañaba verla, pero fue pasando el tiempo; yo estaba metido en mi carrera, el entrenamiento y las peleas.

Después pasaron mil cosas, unos cuantos años. Hasta que en 2011, cuando yo estaba de regreso en Pergamino, en pareja con una chica de allá, de manera imprevista, sin una causa concreta, me acordé de Cristina. La busqué en Facebook, le mandé la propuesta de amistad, habrán pasado cinco minutos y me aceptó. Le puse hola y empezamos a hablar; ella había vuelto con el marido; yo hacía magia y daba clases de boxeo en el Club Gimnasia y Esgrima de mi pueblo, una institución tradicional situada a la vueltita de la plaza central; fui el que llevó la disciplina; mi espacio se llenaba, llegué a tener muchísimos alumnos; puse un espejo y un ring.

Empezamos a chatear de forma cotidiana. Estuvimos como un mes escribiéndonos: hola, qué tal, buen día. Me contó que bailaba árabe, algo que yo ignoraba. Por mi parte, estaba ávido de aprender magia, me enganchaba en todo curso, convocatoria, reunión que había. Me anoté en la Gala Mágica del Torbellino, congreso auspiciado desde hace décadas por el Centro Mágico Platense, en la ciudad de La Plata. Esta clase de evento abre sus puertas a artistas de cualquier rama. Están los que trabajan con público infantil, los que se especializan en adultos; hay actividades sobre técnicas puntuales; por ejemplo, pelotita de goma esponja o soga o lo que sea. Así uno va aprendiendo de la experiencia que transmiten otros. Hice muchísimas actividades de ese tipo, que obviamente cobran inscripción o entrada. Las hice viajando a dedo, ahorrando para poder invertir en artículos de cualquier clase que ofrecen en tiendas. Al final a veces se hace un remate.

Pensé puedo pasar por Buenos Aires camino a La Plata para reencontrarnos y después ver qué sucede. Como ya veníamos hablando, sabía que estaba todo bien; ambos guardábamos en el corazón lo vivido, solo faltaba concretar. Lo planificamos. Elegimos como punto de encuentro la Plaza del Congreso; fue como si el tiempo no hubiera pasado, parecía ayer todo lo compartido; se dio igual que siempre. Pasamos la noche juntos y al otro día seguí camino hacia La Plata. Al rato me mandó un mensaje, me dijo que se iba a separar del esposo. A la semana se mudó a la casa de la madre; le entregó el departamento a él; es la primera vez en la historia de la humanidad que una mujer le deja la casa a un tipo.

Gabriel Bermejo y su esposa Cristina en República Dominicana, 2025.

Yo a todo esto también me había separado de la otra mina y estaba instalado en la casa de mi vieja. Cristina empezó a viajar a Pergamino, quería verificar si lo que yo le decía era cierto; el viernes de repente me avisaba: viajo para allá; me ponía a prueba, porque yo tenía fama de mentiroso. Cuando cayó vio que lo que le había dicho era tal cual; yo vivía en lo de mi mamá y trabajaba en el gimnasio.

Nos veíamos los fines de semana. Ella era empleada del Ministerio de Planificación Federal; como en general yo hacía magia los sábados y domingos en Pergamino, ella el viernes se tomaba el colectivo, se quedaba conmigo y pegaba la vuelta el lunes. Claro que para compensar, cuando podía, iba yo para la Capital Federal. Lo hice en el cumpleaños de ella, que cae 12 de agosto y justo coincidió con el Día del Niño. Hubo una circunstancia que complicó el plan. Realicé la jornada de shows, fui a la terminal y me dí con la sorpresa de que se habían agotado los pasajes. Como último recurso, agarré una motito que tenía, una Honda Dax negra bastante cagada a palos, sin luces, que había comprado usada; cilindrada 110; fuerte, compacta, pero muy chiquita; dos como yo no entraban.

Cargué ropa en un bolso y me mandé. Pero era una locura, era demasiado, hay 250 kilómetros de distancia. Paré en San Antonio de Areco, casi a mitad de camino, donde conseguí colectivo, dejé la moto en la casa de un mago que había conocido y me tomé el micro. Cristina no sabía nada, llegue de sorpresa y le alegré el cumpleaños.

Hablábamos todo el tiempo por teléfono. Una vez fui en la moto a un encuentro de magos en la localidad de Capitán Sarmiento, que está a 80 kilometros de Pergamino. Estando allá se hizo de noche y cuando pegué la vuelta se paró el motor a mitad de camino en la ruta, en una oscuridad absoluta, ni siquiera tenía luces. Llamé a Cristina por teléfono, le expliqué la situación, empecé a describirle el panorama, las estrellas que brillaban hermosas, hablamos un rato; de pronto le dije vamos a ver si tenemos suerte, le di una patada al pedal de la moto, arrancó y pude llegar a mi casa.

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Llevamos una década casados. Los dos somos divorciados; yo me casé por primera vez a los 21 años con una chica de Pergamino, en su momento contaré aquella historia. Mi propuesta de matrimonio para Cristina fue en 2015 en la terminal de micros de mi pueblo. Llevé unos los anillos que había comprado, la invité a tomar un café en el bar y le pregunté: te querés casar conmigo. Fue una decisión más consciente que en la boda anterior. Nos casamos por civil el 26 de marzo de ese año en la Capital Federal; la ceremonia fue inolvidable; la jueza que nos casó la llevó bárbaro; en su disertación reflexionó sobre los oficios de cada uno: boxeador y mago el novio, bailarina la novia.

Gabriel Bermejo y su esposa Cristina en República Dominicana, 2025.

La fiesta fue en el Almagro Boxing Club. Improvisamos un escenario en el ring, sacamos las cuerdas y descolgamos las bolsas. Consistió en un show que empezó al mediodía y terminó después de la medianoche. Entramos con una ceremonia egipcia; música, dos bailarinas adelante y nosotros atrás, mientras nos tiraban petalos de flores. En el centro había dos sillones elegantes, como de la realeza, donde nos sentamos y todos los presentes bailaban alrededor. Fue hermoso, cada invitado que quería hacer un número podía anotarse; quien quería bailar, bailaba; quien quería cantar, cantaba; yo hice magia y canté.

Nuestra luna de miel fue en San Luis. Como siempre, yo andaba con mis artículos de magia; descubrí un terreno virgen, sin profesionales del rubro. Anduvimos por San Luis capital, Potrero de los Funes, Juana Koslay y otros sitios. Me lancé a actuar, la gente se asombraba de mis trucos más sencillos; encima es un lugar hermoso donde sentimos que cambiamos la energía. De regreso en la Capital Federal, le propuse a Cristina tentar el destino, probar suerte allá; así es como decidimos mudarnos. Preparamos todo como corresponde y dimos el paso en 2016.

La vida en San Luis fue una etapa inolvidable. Duro cuatro años que me permitieron recibirme de mago profesional; por primera vez logré vivir de mi arte; hasta entonces mis ingresos provenían de otros rebusques: albañilería, plomería, pintura o lo que fuera. Cristina era mi partenaire y llevaba la agenda, que era vertiginosa; hubo momentos de exigencia tremenda; recuerdo que hice 17 shows en tres días; empezaba luego del mediodía y terminaba pasada la medianoche.

Todo lo que había estudiado, practicado y creado me permitió mantener ese ritmo apabullante. Miro para atrás y me sorprendo; ahora, si hago solo tres presentaciones el mismo día quedo exhausto. Me convertí en un mago todo terreno; podía actuar en cualquier lado: fiestas de 15, peloteros, el patio de una casa humilde, un salón pituco, un playón a capela y a la intemperie o la mansión de un millonario.

Gabriel Bermejo y su esposa Cristina en República Dominicana, 2025.

En el verano hacía la temporada en el circuito gastronómico de la Villa de Merlo. Me pasaba todo el día laburando como mago; me levantaba, desayunaba, preparaba todo y le daba hasta la media tarde; cortaba, me iba a algún arroyo, que hay varios, a nadar o reposar; retomaba a la tardecita hasta después de la medianoche. Cuatro temporadas recorrí la famosa Avenida del Sol, que es la principal; iba por los restaurantes, bares, bodegones, pizzerías, confiterías; todos me conocían, quedaba agotado.

Andábamos con Cristina en la chata, una Fiat Fiorino 2010 blanca de caja cerrada, donde llevábamos los juegos de magia, el equipo de sonido, la ropa y un colchón para dormir. Estuvimos allá hasta 2020, cuando empezó la pandemia; primero se vino ella para la Capital Federal, después la seguí y desde entonces nos radicamos acá.

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El vínculo con Dody empezó con el peor pronóstico. Ella me conoció en 2001, cuando yo era muy pirata; pasaron unas cuantas cosas; no me quería, no me quería, no me quería. En 2016, cuando Cristina y yo nos mudamos a San Luis, dejé de verla y hablarle durante un año; como mi mujer era su única hija, tuvo que viajar de visita y allá, entre las sierras puntanas, en ese entorno idílico, ocurrió el milagro. Mi suegra y yo pudimos hablar, aclarar, acordar y reconocer ciertas cosas los dos; nos pedimos disculpas mutuamente e iniciamos una relación que fue creciendo hasta su fallecimiento en 2024. Aprendimos a querernos como somos, ver lo malo y lo bueno; me cuidó y la cuidé, en el período de la pandemia estuvimos muy unidos. Cuando falleció estuve a su lado.

Con Cristina hoy vivimos en el barrio de Almagro, a la vuelta del inmueble en el que ella se crió. Ninguno tuvo hijos, pero nos sobra amor y compañerismo. Además, poseemos dos gatos, Melek, hembra, y Tabby, macho. Melek significa ángel en turco, es una ragdoll blanca, fina, solitaria e independiente; cuando quiere es compañera, pero si la acariciás demasiado se levanta y se va. Apareció un día cuando yo estaba parado en la puerta del edificio de mi suegra, en la vereda; me senté en el escalón de ingreso, le empecé a hablar sin tocarla y vino; ella me eligió.

En esa época, yo estaba refaccionando la casa que hoy habitamos, que estaba embrujada o engualichada; había fenómenos extraños, paranormales o no sé qué; se abrían las puertas, se encendían las luces y se movían los muebles. Melek se instaló y con su presencia de a poco desarmó el hechizo, limpió la atmósfera.

Tabby significa atigrado en inglés. Es un mestizo, sin raza definida, con rayas y redondeles que combinan gris y amarillo; como todos los de su tipo, tiene una manchita entre los ojos con forma de M. Algunos de su clase son más oscuros, también los hay naranjas. Me lo dieron a los tres meses de edad en adopción; es conversador, inquieto y cazador; con un carácter completamente distinto de Melek, le gusta que lo acaricien.

Cristina me ha apoyado en momentos y situaciones de toda naturaleza: insólitos, peliagudos, cruciales, dramáticos o cómicos. Nuestro vínculo, amistad y amor se fueron fortaleciendo; me di cuenta de que ella es la compañera que quiero para mí. Hay ciertos aspectos que tienen que darse para que prospere una relación; quizás las personalidades o los caracteres son compatibles, pero se presenta un contexto difícil; por ejemplo, afectos que obstaculizan, como hijos anteriores, o traumas sin sanar. Tanto ella como yo estamos libres y plenos, ninguno recuerda a nadie, vivimos el hoy y ahora, y apostamos al otro. Aunque hay circunstancias en que ella me pone los puntos, porque cometo errores, soy un hombre de carne y hueso, limitado, imperfecto.