Eduardo Vadell: «Belgrano tenía particular admiración por Washington»

20/9/2024

Es un apasionado del prócer argentino y un conocedor de la cultura de Estados Unidos, donde vivió como biólogo al servicio primero de la Universidad de Ohio, donde obtuvo un máster, y luego de la de Princeton, en calidad de investigador. Además se doctoró en Ciencias Naturales en la UBA. Su espíritu polifacético abarca en paralelo otras materias diversas.

Eduardo Vadell es fundador y vicepresidente de la Asociación de Estudios Históricos Manuel Belgrano, entidad con sede en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Esta nota reproduce una conferencia que brindó el 19 de septiembre en el Museo Roca – Instituto de Investigaciones Históricas de la capital argentina. Hiló sus consideraciones apoyado en la traducción del Discurso de despedida difundido por George Washington al dejar la presidencia de los Estados Unidos.

El disertante ostenta pergaminos numerosos y destacados. Es biólogo con orientación en Micología (estudio de los hongos). Máster en Ciencias Biológicas por la Universidad de Ohio. Investigador invitado en la Universidad de Princeton. Doctor en Ciencias Naturales por la Universidad de Buenos Aires. Director de Proyectos en la Universidad Kennedy. Autor de muchos artículos de su especialidad y de otros temas. Escribió dos libros de ficción y tres biografías, entre otros trabajos, monografías y ensayos. Es curador y fundador del Centro de Interpretación Ambiental bonaerense. También es miembro de la Asociación de Amigos del Cementerio de La Recoleta.

«Soy biólogo, hice un máster en microbiologia del suelo (dictyostelids celular slime mold, en inglés)», sintetiza el orador; «hice dos pasantías en la Universidad de Princeton para estudiar los cariotipos de 15 especies de estos organismos con la técnica del doctor Edward Cox, entre 1990 y 1991; publiqué e investigué durante 35 años con el doctor James C. Cavender, de la Universidad de Ohio; hice un doctorado en la Universidad de Buenos Aires; publiqué los primeros registros de acrasiales y dictyosteliales en el Parque Nacional Iguazú (tema de mi tesis doctoral), para continuar hasta los de Punta Lara; como está publicado».

La conferencia

La palabra mensaje, en su cuarta acepción, de acuerdo a la RAE, significa la “aportación religiosa, moral, intelectual o estética de una persona, doctrina u obra; trasfondo (…) profundo transmitido por una obra intelectual o artística”. Este es el sentido de comunicación de la traducción al castellano de la Despedida de Washington del gobierno de los EE. UU en 1796, realizada por Manuel Belgrano en 1813 y al fin publicada. Sinonimia de este documento de oratoria: Discurso de Despedida, Adiós, Farewell Address, Oración de Despedida.

Esta nueva pasión de Belgrano por traducir nuevas ideas, sin embargo, está lejos de su percepción política como monárquico atemperado o republicano, ya que lo que importa del mensaje, su contenido, no es tanto lo político, sino de actitud ante las contingencias y circunstancias en la formación, por ejemplo, de las instituciones de un nuevo país, y del mismo país.

Es, bajo el concepto moral de unión -y el resto de estas virtudes, no sin una base en la religión-, en que se funda la construcción de las comunidades que hacen al país. Estas ideas las traduce Belgrano, porque expresan la experiencia práctica, el éxito de Washington, así como su propio ideario, a punto de dar frutos…y más allá de las de las instituciones y formas de gobierno.

A Washington, como a Belgrano, le apasiona el concepto de unión. Ambos grandes hombres aman el contenido del mentado “mensaje”; en los individuos con sus familias, en la población y en la felicidad de éstos; y esto no se logra sin lo que se repite una y otra vez en la Oración de Despedida: unión, independencia, libertad, paz, fraternidad, amistad … virtudes personales, sociales y cívicas sin las cuales no se da lo de mayor importancia: el país trascendente.

Es que el mensaje del Adiós es moral (no somos primeros en decirlo) y es el mismo en Washington que en Belgrano. Queda expresado en ambos, en tiempos distintos; y con sus acciones y escritos ¿Por qué Washington optó por un discurso leído y escuchado? Belgrano quiso también una traducción que fuera leída por los ciudadanos, recomendando seriamente “que no se separen de su bolsillo este librito, que lo lean, lo estudien, lo mediten” (sic. Belgrano, 1813). Esto porque sería mejor comprendido como concejo, con el metamensaje del gesto y el sonido, diríamos hoy.

En otro momento Belgrano mostró un ardor distinto y fue que las circunstancias habían cambiado, y las urgencias políticas imponían. En octubre de 1816 Belgrano escribía a Manuel Ulloa, un Catedrático de la Universidad de San Francisco Javier, cómo lo atacan y como lo defienden, pero él, Belgrano, mantendrá su monarquismo constitucional e Inca y nada ni nadie le hará cambiar de opinión. Empero son los tiempos europeos más que la justicia debida a Juan Bautista Tupac Amarú aquello que quiere sostener el cetro Incaico.

Parece que Belgrano se contradice, no es así: uno es un frenesí por el bien moral, otro por el bien político que acomoda en ese otro momento diferente.

El Rey Carlos IV de España ejercía un poder absoluto también en sus posesiones de ultramar. La veda de lectura y/o publicación de libros prohibidos, censurados por la Santa Inquisición corrían para América como para Filipinas, de modo que Voltaire, Montesquieu, Rousseau, Franklin o Washington estaban proscriptos en la hispanidad. Mas para Belgrano no obstaba la lectura de Washington. Él había adquirido el permiso de Pío VI para el estudio y traducción de obras de todos los temas, excepto aquellos inmorales.

Sabemos que el norteamericano David Curtis de Forest acercó a Manuel Belgrano el Discurso de la Despedida Washington en 1805, y quizá supiera sobre este Discurso con anterioridad a 1802 por su cargo en el Real Consulado. El documento en inglés de la Despedida del Gobierno de los Estados Unidos es del 17 de septiembre de 1796. Belgrano supo que publicar aquello en Castellano era algo que el marqués de Sobremonte, virrey del Río de la Plata (1804-1807), no podía permitir.

La llamada Oración de Despedida explaya un ideario -con el cual Belgrano coincidía- enriquecido con algo invalorable: el autor era el gran George Washington, uno de los Padres de la nueva nación independiente de América del Norte. Fue aquel jefe de Estado libremente elegido dos veces consecutivas; el primer idolatrado presidente de ese joven país, y electo con el ciento por ciento de los votos (no se volvería a repetir), con toda su experiencia y sabiduría.

El Discurso de Despedida es una larga pieza de oratoria, escrita antes del término del mandato de Washington, con la que acompañó su renuncia al cargo, y para ser publicada por la prensa escrita. Tanto Alexander Hamilton como James Madison tuvieron incumbencia en esta concienzuda redacción.

La Despedida tiene un mensaje, consejo personal y presidencial, para cada uno de los ciudadanos de aquellas primeras 13 colonias ya independientes y en unión bajo un mismo gobierno general.

La unión, lo declara Washington, es la columna de sostén del resto de las virtudes cívicas que él desea para su pueblo: paz, progreso, libertad, independencia, educación, libre comercio, prosperidad, la amada Constitución, y un cuidado! acerca de las facciones que pueden atentar contra la unión. Casi todos los términos insistentes en el texto, cuyo original contiene 7.641 palabras.

Belgrano, que hacia los últimos años de su vida había publicado y traducido ya mucho, no veía la hora de ver concretados dos objetivos: la publicación castellana de la Despedida y una Constitución. Ambas obras colectivas llegaron a la prensa escrita sin repercusión pública y en tiempos de tensiones políticas (1819-1820).

 Uno de los primeros párrafos del documento de Washington declara: “que vuestra unión y afecto fraternal sea perpetuo, que la constitución libre (…), se mantenga sagradamente; que su administración (-del Estado- (…) se señale por la sabiduría y la virtud (…) y que la felicidad del pueblo (…), (esté) bajo los auspicios de la libertad (y) sea completa, y de un uso prudente de estos favores del Todopoderoso (…)”.

Volvamos al abogado Belgrano, llamado en vida padre de la Patria, como Washington, mas con deriva diferente. Tenía nuestro prócer 35 años al recibir el librito de parte del norteamericano David Curtis de Forest, aventurero, comerciante, viajante, y finalmente funcionario de Las Provincias Unidas. Belgrano había ya actuado como secretario perpetuo del Real Consulado y redactado las Memorias (…) en 1794.

Belgrano tradujo del francés Máximas Generales del Gobierno Económico de un Reyno Agricultor en 1794 y luego, en 1796, Principios de la Ciencia Económico Política, obra del médico francés François Quesnay. Concebía por tanto la tierra como base de la riqueza, la agricultura y su industria, era fisiócrata, y el primero en Sudamérica.

Seguirá lo de: “La auténtica riqueza de los pueblos se halla en la inteligencia y, el fomento de la industria se encuentra en la educación” (Campomanes). Belgrano en un ejemplo dice claramente: “El comerciante debe tener libertad para comprar donde más le acomode”.

Seguidor de Gaspar Melchor de Jovellanos, quien fuera estudioso de costumbres, de la naturaleza, de la política y el arte, así como también de Adam Smith, autor de Las Causas y Origen de la Riqueza de las Naciones, por lo que contar con la Despedida daba a nuestro prócer el acabado resumen de lo que él  quería para el país.

Horacio Gregoratti vislumbra el cosmos de quien fuera primer economista del país, quien traduce y toma los conceptos de Adam Smith, Genovesi y Galiani, entre otros, y cómo influyeron en el pensamiento fisiócrata del prócer. La traducción, en 1797, de los Principios (…) de Quesnay, fue dedicada a Pedro de Melo y Portugal, virrey del Río de la Plata, primero en enfrentarse contra los comerciantes monopolistas.

El virrey nombra a Belgrano capitán de las Milicias Urbanas de Buenos Aires, pero fallece en1797 y no deja tiempo a las reformas. Las nuevas ideas que Belgrano ha traído de Europa no encontrarán eco en los sucesores de don Pedro.

Gregoratti pone en claro que Belgrano pregona la trilogía propiedad, libertad y seguridad. Respecto a la libertad, la propiedad y la seguridad, Washington se explaya en  la Despedida: “La libertad estará segura en un gobierno vigoroso en que los poderes están bien distribuidos y ordenados al bien común. (…)”. Y agrega: “La libertad es sombra cuando el Gobierno es débil ante las facciones (…)”.

Además de lo traducido de Quesnay en Principios (…), el vocal de Mayo añade: “El valor de los Estados no consiste en el del Tesoro Público, sino en la cantidad de fanegas de tierra bien cultivadas (…) principio  aplicado a los agricultores y todo el mundo sabe que este (país) es uno de ellos (…)”.

Belgrano participó al fin en la defensa contra las invasiones inglesas en 1806. Es un escenario donde se encontrarán muchos tempranos patriotas, así como quien le entregó aquella Oración de Despedida, de Forest.

En otra parte de la traducción se aclara: “La religión y la moral son apoyos indispensables que conducen a la prosperidad pública (…) ¿Donde se encontraría la seguridad de los bienes, de la reputación y de la vida, si no se creyese que eran una obligación religiosa los juramentos que  en los Tribunales de Justicio son instrumentos para investigar la verdad?”.

Washington apela: “La razón y la experiencia nos prohíben esperar que la moralidad nacional pueda existir excluyendo los principios de la religión”.

“Promoved –dice- “como objeto de mayor importancia las instituciones para que se difundan los conocimientos. Es esencial que la opinión pública se ilustre”.

Aún antes de leer la Oración, Belgrano había fundado la Escuela de Náutica y la de Geometría y Dibujo -cerradas en 1803- y propuesto la creación de la Academia de Comercio, la de Arquitectura y Perspectiva, así como el proyecto de crear una escuela de Agricultura y de Hilandería, fiel a su maestro Campomanes.

Washington y Belgrano lucen coincidencias patentes. El segundo donará esos 40.000 pesos, premio por la Batalla de Salta, para construir o mantener cuatro escuelas de primeras letras (la última se concretó recién después de190 años). En vísperas de la gesta de Mayo de 1810, Belgrano publica Origen de la Grandeza y Decadencia de los Imperios, y en todo vemos las coincidencias con Washington.

Un poco atrás, 1801:  colabora en el Telégrafo Mercantil, fundado y dirigido por Francisco Cabello y Mesa. Luego, hacia 1802, llega a Buenos Aires David de Forest, digamos, con un ejemplar impreso del famoso Discurso de Despedida para el secretario del Real Consulado.

Belgrano fundó -junto con  Hipólito Vieytes- y dirigió El Correo del Comercio, y como periodista  colaboró con varios artículos, así como en años posteriores en La Gaceta Mercantil, en el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio.

Fue además autor de las Memorias (…), del Reglamento para el Régimen Político y Administrativo y Reforma de las Treinta Misiones (1810), durante su expedición al Paraguay, de Oficios, proclamas y artículos, además de una Autobiografía, de miles de cartas y partes, tan útiles para la historia, que encarará el general Bartolomé Mitre. 

Será el general Belgrano, quien de el ejemplo de valores en grado heroico (e.g.: Tacuarí). Él transforma su tropa en ejército virtuoso y funda pueblos (e.g.: Mandisoví y Curuzú Cuatiá), cruza el peligroso Paraná con apelotonadas balsas de cuero, como Washington, muchas años antes, el helado Delaware. Ambos son los padres rectos y honestos, con iguales sentimientos, ideales y abandono de sí…

Veamos a David de Forest: Roberto Elissalde, en conmemoración del aniversario de la Independencia de los Estados Unidos del 4 de julio de 2020 (La Nación) nos da una   semblanza de la actuación de De Forest y propone la reedición bilingüe del Discurso o Farewell Address. Contamos con los trabajos de Alvarado Ledesma, Martinchuk, Terragno, Norma Ledesma y Cristina Minutolo de Orsi, entre otros estudiosos.

 Una interesante  y más completa saga de aventuras y hasta aparentes fechorías podrían detallarse del negociante De Forest, incansable viajero. Hugo Galmarini dice en las notas del su artículo Yanquis &  Argentinos (…) (Todo es Historia. 10/1999): «Ha sido fuente fundamental de este capitulo el libro de Benjamin Keen: David Curtis de Forest and the revolution of Buenos Aires, University of Yale, 1947 (…)”.

Seguimos aquí algunas noticias aportadas por Galmarini, otras por Norma Ledesma, por Adriana Micale, por Roberto Elissalde, entre otros autores, y de las notas de Roberto Payró  quien también cita y reproduce textos de B. Keen (basados en diarios manuscritos), como también las primeras aparecidas en castellano de Courtney Letts de Espil, de 1943, sobre Curtis, sin contar con el proceso Judicial a Juan Larrea, amigo del inmigrante De Forest, convertido en ciudadano, gracias a quien, después de todo, obtuvimos la Oración de Despedida y su traducción por Belgrano, además de mayores beneficios, primeros reconocimientos y bienes en Buenos Aires.

Curtis DeForest se alistó en los Húsares de Pueyrredón destacándose durante la segunda Invasión Inglesa de 1807, pero El Virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros, considerándolo individuo sospechoso, lo hizo expulsar por lo que pasó a Río de Janeiro y luego a Falmouth. Había logrado como comerciante en el Río de la Plata cierta  fortuna y poseía una chacra en la barranca de San Isidro.

Remite a Belgrano  desde Rio de Janeiro un informe sobre la política de Portugal y su política para el  Brasil y no bien en Inglaterra sabe de la Revolución de Mayo, la cual apoya. Desde Falmouth envía cantidad de libros a los miembros de la Primera Junta de Buenos Aires.

De Forest envió a Belgrano un segundo ejemplar  de la Despedida, después de que la primera traducción fuera quemada, junto con otros papeles, antes de la derrota en Tacuarí (9 de marzo de 1811).

Según el Padre Guillermo Furlong y sensu Elissalde, Belgrano recibe de De Forest ese segundo ejemplar de la Despedida el 15 de diciembre de 1812. Acompaña De Forest el librito con una nota sobre el “Adiós”: Dice: “(…) es algo que merece ser leído muchísimas veces, y tal vez sea para Ud. un valioso y adecuado modelo, cuando, después de haber Ud. establecido las libertades de su país (…) se proponga Ud. retirarse de los  asuntos políticos y se proponga cultivar (…)”. También nos trae este autor  la opinión muy favorable del Secretario Henrry Brackenridge, de la misión que el presidente Monroe de EEUU envió a Sudamérica bajo el mando del ministro Rodney.

En su Introducción de la segunda traducción de la Despedida, Belgrano apunta: “Para ejecutarla con más prontitud me he valido del americano doctor Redhead, que se ha tomado la molestia de traducirla literalmente, y explicarme algunos conceptos; por este medio he podido conseguir mi fin.”

A éste su médico y amigo, el doctor Joseph Reahead, el prócer lega de hecho su preciado reloj, regalo del rey Jorge III de Inglaterra, y ya en su lecho de muerte, porque no tiene cómo pagarle tantos servicios, a un “hombre tan bueno y generoso”.

Sobre la “Despedida” de Washington añade en la Introducción de la traducción: “Suplico solo al gobierno, a mis conciudadanos  y a cuantos piensen en la felicidad de América, que no se separen de su bolsillo este librito, que lo lean, lo estudien, lo mediten, y se propongan imitar a ese grande hombre, para que se logre el fin que aspiramos, de constituirnos en nación libre e independiente”. Firma “Manuel Belgrano, Alurralde, 2 de febrero de 1813”.

El general Belgrano envió la traducción a Buenos Aires la víspera de la batalla de Salta, librada el 20 de noviembre de 1813, en que venció a Pío Tristán.

Rosendo Fraga antepone un comentario a un párrafo traducido por Belgrano: “Creemos que es un documento que tiene plena vigencia hoy en día y recordar algunos de sus párrafos es también un homenaje a Belgrano, que tanto proponía su difusión entre sus conciudadanos.”

En época del directorio, fue Belgrano, junto con San Martín, quienes mayores influencias tuvieron para la declaración de la independencia de las Provincias Unidas, el 9 de Julio de 1816. Otro de los anhelos del prócer fue la concepción de una Constitución. Está apurado por verla publicada. Aparece en 1819, es rechazada…

Washington respecto a la Constitución: “las pequeñas mutaciones debilitan la energía del sistema y estos cambios o mutaciones minan de forma indirecta lo que no podría derribarse”.

Profiere una advertencia sobre las facciones, que resumida es: “El espíritu de partido faccioso es inseparable de las pasiones del corazón humano. En todos los gobiernos existen bajo diversas formas pero en los populares se descubren en toda su extensión y es a la verdad su peor enemigo”.

Expone Washington: “El espíritu de partido trabaja constantemente en confundir los consejos públicos y debilitar la administración pública”, luego añade “(…) excita la animosidad de unos contra otros, da motivos para los tumultos e insurrecciones, abre el camino de la corrupción y el influjo extranjero ”.

La historiadora norteamericana Courtney Letts de Espil entrelaza a Washington y Belgrano: “fueron precursores de las luchas comunes por la libertad. (…) Sufrieron las deserciones de sus desconsoladas tropas, mal aviadas y equipadas, a la vez que la apatía de sus gobiernos. Ambos, hasta el fin de sus días, continuaron siendo patriotas en la acepción más pura del vocablo: “El que ama a la patria y procura celosamente todo su bien”.

Esta autora cuenta que el agente especial de los Estados Unidos en Buenos Aires, Mr. Worthington, escribió a John Quincy Adams, secretario de Estado en 1819: “Dícese del general Belgrano que es el hombre más distinguido de estas comarcas (…) que es un admirador apasionado de nuestro gran fundador”.

De Letts de Espil leemos: “junto con la Declaración de Independencia, la Constitución y el Discurso de Gettysburg, de Lincoln,  la Despedida constituyen los cuatro documentos más notables de la historia de los Estados Unidos.”

El Senado de los Estados Unidos tiene la tradición de la lectura del Farewell Address de Washington el día de su nacimiento desde el 22 de febrero de 1862. Fue un modo de elevar la moral durante los días de la Guerra de Secesión.

El senador por Tennesse, Andrew Johnson, peticionó esta lectura al Senado: “Llegaron los tiempos en que debemos recurrir a los de Washington y los patriotas de  la Revolución, quienes fundaron el gobierno bajo el cual vivimos”. El Presidente Abraham Lincoln, cuyo hijo había muerto dos días antes, no pudo asistir a tan conmovedor evento.

Se repitió esta lectura del Adiós en el Senado en el centenario de la ratificación de la Constitución Norteamericana en 1888, así como en 1893 y 1894. Desde 1896, todos los años, el Senado ha observado esto en el cumpleaños de George Washington, designando a uno de sus miembros –con alternancia de partidos políticos– para leer el Farewell Adress al comienzo de las sesiones legislativas, y esto toma unos 45 minutos.

¿Por qué para esto se alternan los lectores de los dos partidos políticos de los EE.UU.? Seguramente en alusión a la mentada unidad… y al hecho histórico de que Washington nunca se afilió a ningún partido político, según parece. Es esta también una pauta más del carácter moral, o moralizante, del documento. 

La Despedida estaba enfocada a los grupos de ciudadanos, a mantener la unidad, la libertad, el civismo, la lealtad a una Constitución, a un gobierno central, y las demás virtudes varias veces aquí repetidas, que hacen al último mensaje de Belgrano.

 Letts de Espil  investigó sobre las traducciones al español de la Despedida de Washington y encontró un ejemplar impreso en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos. Repitió la búsqueda y halló en la Biblioteca de la Unión Panamericana, un opúsculo de 1902, única versión española.

Al tiempo de la publicación del artículo en el diario La Nación (10/10/1943), no había otra versión. Tampoco encontró el número de ediciones existentes desde 1813.

Norma Ledesma cita a Martín Villagrán San Millán, quien da cuenta que el presbítero Camilo Henríquez hizo una traducción del Adiós, publicada en dos partes, en diciembre de 1812 en el periódico La Aurora de Chile.

El Prólogo de Bartolomé Mitre al Discurso de Washington es del 12 de octubre de 1902 y es la misma edición a la que hace referencia la señora de Espil.

Explica Mitre: “Belgrano aprovechaba los momentos de descanso en cultivar su inteligencia, y fortalecer su conciencia por la meditación de los escritos de los grandes hombres (…) entre  éstos era Jorge Washington el objeto de su particular admiración, (…). Así se preparaba a abrir su nueva campaña este héroe de la escuela de Washington, que es de todos los revolucionarios de América del Sur, el que más se ha acercado a tan sublime modelo”.

Luzuriaga refiere al texto de Letts de Espil: “El paralelismo que traza de ambos héroes nos emociona por su equidad y su condición histórica. Leyendo y releyendo sus párrafos nos convencemos de que hoy como entonces, es imperativo volver a las fuentes para exaltar los valores morales e intelectuales que constituyen el basamento de toda comunidad civilizada que noblemente aspira a ser libre e independiente en el concierto de las naciones.”

La palabra del Adiós o Despedida se impone: “Observar con todas las naciones buena fe y justicia, cultivar la paz y la armonía con todas, es la conducta que ordena la religión y la moral ¿Sería posible que no lo ordenase así la buena política?”.  Más adelante pregunta: “¿Será posible que la Providencia no haya vinculado la felicidad permanente de una nación a su virtud?”.

La inalterable disciplina, orden y fe de Belgrano la manifiesta José María Paz en sus Memorias Póstumas: “Al día siguiente de la derrota de Ayohuma, (Belgrano) hizo  formar un círculo, después de la lista, (con los) los menguados restos de nuestro ejército, y colocándose en el centro, rezó el rosario, según se hacía ordinariamente (…)”. Esto demuestra la convicción de su espíritu.

Norma Ledesma transcribe de Cristina Minutolo de Orsi tres fragmentos de notas de De Forest, una expresa “creo sinceramente que el General Manuel Belgrano nunca  dejará de querer a este país, y apoyará tanto como sea posible, los derechos de sus conciudadanos, por más ingratos que se demuestren hacia él”.

Acusado de ciertos delitos que se adjudican a David Curtis De Forest, la historiadora Letts de Espil nos cuenta que se hizo ciudadano argentino, y dejó el país en 1818.

También nos transmite un segmento de una carta que, desde Buenos Aires, De Forest le escribe a un amigo: “Poseo una finca, estoy vinculado a Juan Larrea (…) y tengo el honor de estar en las más especiales y confidenciales relaciones de amistad con la mayoría de los hombres de gobierno de este interesante país”.

Letts de Espil cuenta que De Forest, aún antes del reconocimiento de la independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, mientras residía en New Haven, hizo flamear por vez primera en los Estados Unidos de Norte América, el 25 de mayo de 1821, la bandera blanca y azul celeste que enarbolara Belgrano en las barrancas de Rosario en 1812 (el 27/2/1812).

Curtis de Forest no pudo disimular su sentimiento patriótico e hizo grabar una placa -la cual hoy se encuentra en el museo local- en su casa de New Haven. De un lado está el nombre y el de su mujer y cinco hijos, del otro lado una leyenda al futuro: “David C. De Forest, ciudadano nativo de  Huntington en este Estado y actualmente cónsul general en la Provincias Unidas de Sud América de las que Buenos Aires es capital y donde residí por muchos años, (…) os pido (futuro propietario) que reunáis aquí cada día 25 de mayo en honor de la independencia de Sudamérica por ser aquella jornada de 1810 cuando los  habitantes de Buenos Ayres establecieron un gobierno libre. New Haven, 1820″ (Galmarini, 1999).

Sabemos que David Curtis De Forest (nacido en en 1774, fallecido en 1825) fue comisionado por Juan Martín de Pueyrredón en 1818 como cónsul ante los Estados Unidos para gestionar la aceptación por ese país de la independencia de las Provincias Unidas, declarada ya el 9 de julio de 1816. Pero Adams, secretario de Estado, siendo presidente del país del norte James Monroe, no dio curso a la solicitud porque estaba en juego antes la anexión de la Florida a cambio de una deuda de España. Será recién a partir del 4 de mayo de 1822, en que se abre una paulatina aceptación de la independencia de las nuevas naciones hispanoamericanas.

De nuevo en la Oración de Despedida, leemos: «Revisando los hechos (…) no me acusa en nada mi conciencia (…)  y luego en el último párrafo: (…) miro mi retiro con el dulce placer de participar del influjo de las buenas leyes bajo un gobierno libre, objeto de mi corazón y la feliz recompensa de nuestros cuidados, trabajos y peligros comunes».

Manuel Belgrano, coherente con su fe y conciencia, dio todo por la patria. Falleció en Buenos Aires. La tradición le adjudica una  exclamación final aquel día fatídico del 20 de Junio de 1820. George Washington falleció en Mount Vernon, Virginia, el 14 de diciembre de 1799.