Silvia González: «Contar historias es una forma de curación, una salvación posible»

9/9/2024

Su hijo Sacha Viguera tenía siete años cuando el 29 de mayo de 2003 fue atropellado fatalmente por un automovilista alcoholizado, excedido de velocidad, sin seguro y sin licencia de conducir que se dio a la fuga. Sucedió en Santa Rosa, La Pampa, donde ella lidera la Fundación Estrellas Amarillas. Esta nota reproduce una reflexión que escribió en octubre de 2004.

«Querer contar es un impulso humano y, me atrevo a precisar, un impulso cargado de humanidad. Como he aprendido con el libro que me regaló Luz, mi amiga catalana, Mujeres que corren con lobos (de Clarissa Pinkola Estés), existen tribus en las que contar historias se entiende como una forma de curación, una salvación posible. Por lo tanto, no tengo dudas sobre mi deseo.»

«Volando desde Barcelona, atisbé, no sin sorpresa, la nostalgia por mi tierra. Aquella, la desencantada, la exigida, la rabiosa, la empeñosa, la tironeada y la asustada, la que se ha dolido y complacido. La mía. Era mi tierra, al fin. No la elegí, no tengo otra.»

«Así como Vargas Llosa se pregunta en Conversación en la catedral ‘cuándo se jodió el Perú’, yo me pregunté cuándo, nosotros, los argentinos, cuándo se marcó el momento en que perdimos el alma. Hay algo de voluptuosidad en el añoranza. Pensé en el individualismo, en sus ojos de ave rapaz, antiguo milenario. Y si pensé en ella fue por tener la horrorosa certeza de que mientras se apodera de todo, nosotros, los que anhelamos un cambio, pensamos que somos mejores.»

«Una de las cosas que me enseñó esta terrible pérdida es cómo se aprecia y acaricia lo que antes parecía obvio, evidente y regalado. Perdiendo mi alma (mi espíritu, mi vida, mi sueño), comprendí que solo me recuperaría volviendo al lugar en el que nací. En sánscrito, la palabra viuda significa vacía. Una viuda de Argentina, yo.»

«La supervivencia radica en la posibilidad de elaborar el duelo. Si este no se cierra, todas las penas del infierno vendrán a seducir disfrazadas de mil maneras, algunas aterradoras, otras incluso amables, pero destruyendo la vida por igual. En cambio, si se logra podré vivir con la pena hasta el fin de mis días. La pena no confunde, no enmaraña la razón, no desequilibra la mente. La pena abruma, entristece, eso es todo. Aunque el todo sea enorme, es solo eso.»

«En rigor, hay tantas cosas que yo debería entender a estas alturas… Pero al final comprendo que es solo una. Si fuera una mujer maya, terminaría esta larga y enredada historia con un solo objetivo, contar lo que está en mi corazón.»

«Mamá me recibió. Volvió otra vez a ser la higuera hindú, el árbol madre, el árbol de todos los árboles, como una casa. Lo extraordinario de ella es que, a pesar de la acumulación de tantos duelos, la muerte volvió a espantarla, como si su acostumbramiento nunca le hubiese permitido quebrarse. Ahora sí sentí que podía ser acogida por ella. Ya no temo que penetre en mis tristezas. Sentí que en esta oportunidad me tomaría entre sus brazos y acurrucaría mi cabeza. Su fortaleza me ayudó a poner poco a poco en pie el gran edificio de la memoria y me convenció de que no hay pena que no empequeñezca con el tiempo. Como la mirada adulta sobre las casas de la infancia cuando se vuelven a ver años más tarde y se encuentran encogidas.»

«Si al final la orfandad es el abandono de una utopía o de una vida que comienza, si es el corazón de mi pequeño que falló o la caída de todos los muros, da igual. Es siempre orfandad. Como los adictos en recuperación, yo no debo pensar en el día siguiente. Sobrevivir es la consigna y para ello debo arrancar de raís el concepto de mañana, asimilando el recorrido de un solo día como un verdadero triunfo. Desde mi cama, me declaré en guerra y me levanté. Todo podía acontecer… Todo debe acontecer. Debo luchar por por mí y por la injusta muerte de mi niño. Exigir, clamar y rogar justicia. Y para hacerlo debo estar de pie.»

«Ahora bien, si alguien me preguntara si he resuelto la muerte de mi hijo, respondería: es algo que no se resuelve jamás. Caminaré por la vida con ella para siempre. Quizás el verbo importe. Caminaré, dije. Es un verbo que supone movimiento.»

«A propósito de ese movimiento, una reflexión me acompaña sin cesar. Discreta, silenciosa. Pero no me suelta ¿Es que soy de verdad tan extremadamente frágil que he requerido de estos niveles de horror para reaccionar? Pienso qué alternativa queda entonces para las mujeres normales, las que, en una situación parecida a la mía, deben continuar, seguir adelante irremediables. Me pregunto entonces cómo escaparán a una habitación blanca. A los pliegues de una cama nívea, eterna y tentadora.»

«El mundo es vulgar ¡Qué duda cabe! Es un hecho irrebatible. Por lo tanto, la tarea es buscar pequeñas fórmulas, luces chicas pero continuas para olvidar ese hecho. Espero que esas luces chicas se vuelvan enormes destellos, sin dejarme más alternativa que la de renacer.»

Silvia Beatriz González, mamá de Sacha Viguera. Octubre de 2004.