Mónica Schild: «Marianela era como mi mano derecha, un orgullo para mí»

28/11/2024

La segunda de sus cinco chicas tenía 19 años cuando falleció víctima de la masacre de Cromañón, hace casi dos décadas. Con cientos de muertos y miles de heridos, el incendio del 30 de diciembre de 2004 en el barrio porteño de Once es el peor desastre del rock en el mundo. La cifra oficial de fallecidos es 194, pero ella afirma que la verdadera alcanza 317.

«Marianela era la segunda madre en mi casa; yo fui mamá y papá; viví distintas experiencias; la más chiquita [Iara] tenía dos años y medio; estaban Sole de 17, Leonela de 15, Mari de 19 y Claudia de 23, que había formado su hogar; ella era la más centrada, mi mano derecha; yo me podía ir a trabajar porque sabía que las otras estaban cuidadas; era excelente persona; a 20 años hay amigos que vienen, me abrazan y me dicen la Flaca siempre en mi corazón; un orgullo para mí; cuando pasó esto fue un derrumbe en la familia; fue como que nos sacaron todo; mi mano derecha, la hermana, la compañera, la amiga».

Mónica Gabriela Schild reside aún en la misma vivienda de Rafael Castillo, partido de La Matanza, de la que salió Marianela Rojas la tarde del 30 de diciembre de 2004 plena de entusiasmo, aunque con destino aciago. A las 21.30, al cabo de un rato de travesía a bordo del Ferrocarril Sarmiento, la chica y dos amigos ingresaron a la discoteca República de Cromañón para disfrutar un show de la banda Callejeros. Casi un día después, a las 20 del domingo, tras recorrer angustiada las calles buscando a la joven, la madre leerá su nombre en la lista de muertos puesta en la entrada de la Morgue Judicial porteña.

«En el afán de hacer justicia una cazaba la foto y la bandera y las demás hijas quedaban a la deriva; gracias a Dios, si bien hubo muchos bajones, cayeron las notas en la escuela, no llegaron a querer lastimarse o una cosa así; hay algo que nos mantuvo unidos, que fue el santuario; ese sitio para nosotros es tenerla a ella; sentarnos ahí es una caricia; una de mis otras hijas hace murales y mi yerno tatúa; el realizó la pintura grande en la puerta [del boliche; un cielo celeste y blanco adornado con ángeles, una cadena, un candado y la frase: Pudieron apartarlos de nuestro lado, jamás de nuestros corazones]».

Es domingo a la tarde en la plaza central de González Catán, otra localidad matancera. El sol primaveral brilla con intensidad. La voz del testimonio habla con fervor y nostalgia. José Guzmán, el papá de Lucas, que es de la zona, suele aprovechar ese marco apacible para decir unas palabras en el micrófono en honor de su pichón y los demás damnificados de Cromañón, y refrescar el pedido de justicia. El hombre anda en silla de ruedas porque la diabetes provocó la amputación de su pierna derecha. La mamá de Marianela, que se arrimó para compartir la ocasión con su camarada de batalla, ocupa una butaca común.

«En un sueño vino mi Negra, me abrazó fuerte y me dijo gracias, Má; yo le pregunté por qué hija; la tenía abrazada, así; me respondió gracias, Má, por el dibujo; desde entonces se me ocurrió hacer ilustraciones para mostrar qué es Cromañón; mi yerno me ayudó; creamos el mural en la puerta; después hicimos uno en la escuela a la que iba Marianela; [Leonardo] Chaparro armó el nombre de las calles; es otro de los papás luchadores, un guerrero; somos un grupo; armamos la mariposa, la flor, el nombre, el reloj con la hora, las zapatillas [distintos monumentos]; las últimas son obra de un amigo de mi yerno».

«El muchacho fue con un par de zapatillas de lona al taller [del yerno]; le dije quiero algo que dure; me contestó quedate tranquila; las llenó no sé de qué, de resina; las dejó hermosas; hicimos la caja [vidriada con estructura metálica]; lo armamos», cuenta Mónica. «Me parece que fue para los diez años», señala José Guzmán. «Ahora vamos por más», sigue la mamá de Marianela, «hay una sorpresa para este 30 [de diciembre], otro regalo de nuestros hijos; pero costó mucho y sigue costando; tengo la urna con las cenizas de mi hija en casa; sacarla del cementerio [de Morón] y traerla a nuestro hogar fue como descansar».

«La Negra supuestamente no iba a ir; Sole me decía Mamá, mirá que tiene la entrada; a las nueve y media de la noche me llamó al trabajo; me había telefoneado cuatro veces; me dijo Má, estoy en Once; le contesté qué estás haciendo ahí; me explicó vine con los chicos [Ezequiel Adolfo Agüero y Matías Franco Ferreyra, también muertos] a ver Callejeros; le hice todas las recomendaciones habidas y por haber; Once es bravo; si les llegan a decir algo, los varones van a saltar y puede haber pelea; no tomen mucho; lo que menos le dije fue fijate en la puerta de emergencia o el techo; nunca se me hubiera ocurrido».

Marianela se levantaba de lunes a viernes a las 5.20 de la mañana para ir a trabajar a una fábrica de cortadoras de césped en el centro del partido de Morón. Los sábados estudiaba en la Academia Gastronómica Argentina con la meta de convertirse en chef. Planeaba algún día construir una casa en un terreno en Rafael Castillo. Era una chica tranquila y casera que asistió a solo dos recitales en su vida y de la misma banda. Callejeros se había presentado el 23 de diciembre de 2004 en el Club Atlético Excursionistas y el uso de bengalas por el público había sorprendido e impresionado a la hija de Mónica.

La brega de los parientes de los fallecidos y los sobrevivientes de Cromañón ostenta hitos mayúsculos. Con veredictos logrados de manera progresiva y paciente en distintas instancias. Como principales culpables materiales fueron sentenciados Emir Omar Chabán, gerente del predio (muerto en 2014 en condición de preso); Raúl Alcides Villarreal, colaborador de Chabán; Rafael Levy, propietario del inmueble; Diego Marcelo Argañaraz, mánager de Callejeros; y Carlos Rubén Díaz, subcomisario. El máximo responsable político es Aníbal Ibarra, jefe de Gobierno de la Ciudad, que fue destituido del cargo.

«Cuando lo largaron a Chabán [en 2005] me acuerdo que se armó un revuelo…; nos fuimos juntando; somos cientos de familias; es muy difícil congeniar; pero cuando hay una injusticia muy grande aparecemos todos, al menos los que vamos al choque; ese día llegué y decían que Chabán no estaba; no está, no está; sí está, sí está; en una de las revueltas empezaron a venir policías, policías, policías; lo empujé a Chaparro, uno de los papás, y cuando hice así me pegaron el palazo [un golpe de cachiporra que le lesionó una mano]; gracias a eso dejé de trabajar durante seis meses y pude ir a todos los escraches».

Otros convictos son los músicos: Patricio Fontanet (cantante), Maximiliano Djerfy, Elio Delgado, Cristian Torrejón, Juan Carbone y Eduardo Vázquez. Este sumó después la perpetua por el crimen de su esposa, Wanda Taddei, perpetrado en 2010 (la roció con alcohol y la prendió fuego durante una discusión de pareja). Más castigados por el desastre de la disco: Fabiana Fiszbin, Ana María Fernández, Gustavo Torres y Roberto Calderini, funcionarios porteños; Rubén Fuerte y Luis Perucca, empresarios; Alberto Corvellini, Marcelo Nodar y Marcelo Esnok, integrantes de Bomberos de la Policía Federal.

«El que permitió entrar las bengalas es responsable; en nuestra agrupación estaba [Gabriel] Zerpa, que perdió a un hijo y un sobrino; el era de la seguridad de Callejeros; la banda había puesto la seguridad, no Chabán; el 70% del valor de la entrada era para los músicos; a los que no tenían la pulserita les sacaron hasta los cordones; lo vi cuando fui a buscar a mi hija; había chicos sentados en la vereda sin los cordones; todos tiznados, sucios; además les quitaron los encendedores, todo lo que fuera considerado peligroso ¿cómo se explica que había bengalas adentro, entonces? ¿cómo entraron las bengalas?»

«Con el micrófono en la mano, podría haber dicho hay una bengala, apáguenla», acusa a Fontanet, en ese instante sobre el escenario; «no canto hasta que no se apague; pero siguió; ahí está la responsabilidad de la banda; en el juicio uno tuvo el cararrotismo de decir soy asmático, cómo voy a permitir las bengalas; en una entrevista reconocieron que era la frutilla de la torta; los tenemos como responsables; igual que Chabán y Levy; este es el dueño del edificio; le hizo cerrar la puerta [con candado] a Chabán porque en un incendio anterior los espectadores habían salido por un garage y habían destrozado coches».

Convertir en museo histórico el recinto donde funcionó Cromañón es una de las mayores deudas institucionales del drama. La ley nacional 27.695, que habilita al Estado a adueñarse del inmueble indemnización mediante, fue sancionada por el Congreso en 2022 y reglamentada por el Poder Ejecutivo en 2023. Sin embargo, el edicto se encuentra en peligro porque venció el plazo de dos años para concretar la aplicación, que requiere voluntad política. Como la fecha límite era el 9 de noviembre, la Cámara de Diputados acaba de aprobar con amplia mayoría una prórroga que debe ser confirmada por el Senado.

«Estamos peleando una ley [de reparación vitalicia] para que la gente [que fue damnificada] tenga salud o educación», menciona la entrevistada un proyecto adicional; «que sean apoyados los familiares y los sobrevivientes; los últimos son más de 4000, no la cantidad que dicen ellos [1000 y pico], los que que recibieron subsidios; en ese entonces los chicos no podían ir porque estaban recuperándose; [Amelia] la mamá de [Sergio] Ruiz tenía la entrada del nene de ella que falleció; era número 4000; esto es una papa muy caliente; el día que sucedió Cromañón, el presidente [Néstor Kirchner] se fue a El Calafate».

«Recibimos las condolencias de España, Brasil, de todos lados y nuestro jefe de Estado permanecía escondido en Santa Cruz buscando la manera de zafar; [mientras había que investigar] si el boliche estaba en condiciones, en regla; [el ministro del Interior de la Nación] Aníbal Fernández corrió a Cromañón porque un hijo era seguidor de la banda y pensó que estaba en el recital; por eso apareció ahí, no por otra cosa; después de una semana nos mandaron a la hermana de Kirchner a darnos el pésame; recién a los 15 días hubo una reunión en la Casa Rosada con el mandatario y la primera dama».

«Es una masacre, el mayor desastre no natural de la Argentina; se podría haber evitado», se quiebra la mamá de Marianela y hace una pausa; «dicen que hubo 194 muertos; en realidad la cifra es superior; lo voy a explicar; cuando sucedió Cromañón confundieron a un nene de cuatro años, Nico Flores, con Gustavito Zerpa [hijo de Gabriel], que tenía seis; físicamente eran muy parecidos; a la familia Zerpa le entregaron el hijo; lo reconocieron, cajón cerrado y lo enterraron; faltaba Nicolás, no se sabía qué había pasado; los parientes fueron a la Jefatura [de la Policía Federal], donde estaban todas las listas [de víctimas]».

«Son 317 fallecidos, dijo uno de los papás; se miraron con otro y lograron agarrar la nómina; hasta hace poco la teníamos; son 317; a raíz de la circunstancia de cada familia a la que preguntaban si quería vivir mejor o no, empezamos a darnos cuenta de que la cantidad que es [la real] no es la que ellos decían [la oficial]; [por otro lado] no era aceptable la cremación; había que hacer la autopsia, una medida judicial; sin embargo, esa noche Nélida Pata [una mamá] dijo que en el cementerio de la Chacarita estaban cremando; [en paralelo] había chicos brasileros, de Paraguay, de Chile; fueron extraditados».

«Se fue achicando la lista; no juzgo; yo en ese momento me puse firme; poseía un trabajo; aunque hubiera sido al revés hubiera dicho que no, por mi manera de pensar; con 200 personas fallecidas adquiría el carácter de catástrofe nacional; el Gobierno se hubiera visto obligado a hacerse cargo y reconocer el error; fueron bajando para lavarse las manos; Cromañón destapó la olla corrupción, la ambición, la noche; Once tiene prostitución, trata de personas y boliches; las coimas a los policías llegan al Gobierno de la Ciudad; la famosa caja negra; es una papa que siempre quemó y a 20 años sigue quemando».