Juan y Florencia Santillán: «Jacquie dio la vida para salvar a otros en Cromañón»

26/7/2024
por Lucio Casarini
Son papá y hermana de la periodista, que tenía 29 años y dos hijos cuando fue víctima del boliche del barrio porteño de Once. Con al menos 194 muertos y miles de heridos, el incendio del 30 de diciembre de 2004 es la peor masacre de la historia del rock en todo el mundo. La familia también reclama justicia por Hugo, hermano menor de la fallecida asesinado un año antes.
«Me llamo Florencia Santillán», arranca ella con ímpetu, sentada en una confitería de la avenida Callao cuya calefacción alivia el frío del crepúsculo invernal porteño; «mi hermana es Jacqueline Karina Santillán, que falleció en Cromañón; quiero hablar de ella, dar mi testimonio; mi hermana ayudaba a mucha gente en el Hospital Borda, en la radio La Colifata…; hoy vinimos a Buenos Aires a recopilar información sobre ella, conocer a la gente que la rodeaba, sus lazos sociales, se movía por un montón de organizaciones; siempre se mostraba solidaria con el pobre, con el pibe que estaba en la calle».
«Soy el papá de Jaqueline Karina Santillán», agarra la posta el hombre situado al otro lado de la mesa, «por desgracia atrapada en Cromañón, donde perdieron la vida 194 criaturas como ella; este testimonio es para que la gente que está a la par de nosotros, los demás perecidos, los sobrevivientes y los familiares, tengan la posibilidad de sanar un poco su alma, su corazón; estamos todos unidos; somos un solo cuerpo; cada persona es una vena y el cerebro es Cromañón; me encantaría tener la posibilidad de conocer a todos, darles un abrazo, escuchar la historia de sus vidas y también saber más de mi hija».
Ambos vinieron de su pago, Chascomús, a un mitín realizado durante la tarde. «Jornada por la memoria, Cromañón 20 años», dice en letras multicolores sobre fondo negro un afiche difundido en los días previos; «arte, música, derechos humanos», agrega la convocatoria; «domingo 7 de julio, 16 horas», precisa; «santuario de Once; espacio para la memoria (Mitre y Ecuador)», completa; «invitan: Organización 30 de Diciembre y Movimiento Cromañón», menciona a los anfitriones; «rueda de prensa: Ademys, Hijos Buenos Aires, Organización 30 de Diciembre, Movimiento Cromañón, Serpaj».

«Recuerdo el día en que mi hermana falleció, yo y mi papá estábamos durmiendo», evoca Florencia; «el se levantó exaltado al ver la tragedia en televisión; me acuerdo bien; el miraba la tele y yo le preguntaba que pasaba, quién estaba ahí; el nunca me respondió; yo tenía ocho años; no tenía mucho conocimiento; unos días antes ella había ido a casa, la vi alejarse caminando con el pelo largo lacio; dijo que iba a volver; yo no sabía que era la última vez que la veía; recuerdo mirar la pantalla, ver el incendio, gente en el piso; mi papá al otro día viajó; me dejó con otra persona; no me quiso contar que ella estaba ahí».
«Me llamo Juan Domingo Santillán», aclara el papá, que había obviado su nombre; «esa noche fue a tocar Callejeros; ella fue a agradecer a la banda porque el 30 de octubre ella había organizado un recital a beneficio en Avellaneda, en el Parque Domínico, para el Hospital Borda y un hogar de niños llamado Milagros, donde había chicos con problemas de HIV; ella hacía un show por mes para adquirir elementos que precisaban; ropa, alimentos no perecederos…; fueron varias bandas, entre ellas Callejeros; esa noche me sobresalté cuando vi la televisión; vi tremenda cantidad de chicos tirados en la calle, muertos…».
Jacquie era periodista y amante del rock. Tenía 29 años y dos hijos cuando expiró rehén del boliche de la iniquidad, durante ese concierto que se convirtió en una trampa diabólica. El uso de pirotecnia por parte del público generó un incendio que hizo del inmueble una cámara de exterminio. Con al menos 194 extintos y miles de heridos, el horror del 30 de diciembre de 2004 es la peor matanza de la historia mundial del rock. Los fallecidos quizás sean más. El número de sobrevivientes también es indeterminado. Mientras tanto, convertir en sitio de memoria el recinto es uno de los mayores desafíos pendientes.
«Entré en pánico porque mi hija me había comentado que iba a ir a Cromañón a agradecerle a la banda Callejeros», retoma Juan su relato; «al mismo tiempo, le iba a dar las gracias al editor [Carlos Edwin] del libro que estaba haciendo, que se iba a titular Acunando almas; no pude viajar; ella me había preguntado si la podía acompañar, pero por obligaciones laborales me fue imposible; asistió con el editor; cuando encendí el televisor me agarró una desesperación terrible; comencé a preguntar qué ocurría; de pronto me hicieron una llamada, me dijeron que mi hija fue una de las primeras personas que sacaron».
«Ella tenía problemas de respiración, de pulmón, no podía inhalar humo; si le ocurría podía ser fatal; la llevaron al Hospital de Clínicas; expiró en el mismo lugar en el que nació; esto supone llevar una mochila grande sobre los hombros; cómo hace uno para sobrevivir, seguir caminando con una familia al lado, cuando falta un ser tan querido como era ella; yo la amaba con todo mi corazón; era luchadora, era emprendedora, no hay palabras para describirla; no sé cómo es que sigo viviendo; perder un hijo es terrible; de los que sufrimos esta desgracia, muy pocos nos recuperamos; del alma no sanás nunca».
Los hijos de Jacquie se llaman Matías Brian, de siete años en el momento de la masacre, y Melanie Natasha, de tres. Juan y Florencia carecen de contacto con ambos, que se criaron en Buenos Aires. Pero esperan ansiosos la oportunidad de revertir la circunstancia. Juan, tapicero de oficio, formó familia en la Capital Federal con María Cristina Quevedo, mamá de la fallecida. Cuando el matrimonio lamentablemente naufragó, el hombre decidió emigrar a Chascomús, donde nació Florencia de una nueva relación. Por suerte, Jacquie, muy apegada al papá, logró crear un lazo con su hermanita dos décadas menor.

«Nosotros somos de Chascomús», explica Flor; «Jacqueline viajaba para allá los viernes y volvía los domingos; ella vivía en Buenos Aires; hoy estamos en la Capital Federal porque se armó un evento en Cromañón; la vengo soñando mucho; la tengo siempre muy presente; quiero hacer un libro en homenaje de ella, que hable de Cofavi, el Hospital Borda, Cromañón, las personas que ayudaban a mi hermana, cómo era ella, su humildad; quiero recopilar datos de quienes la conocieron; me faltan algunos contactos, como Teresa [Schnack de Schiavini, creadora de Cofavi, entidad civil de afligidos por la violencia]».
Jacquie era una chica curtida por la adversidad. Hugo Daniel, un hermano materno, había sido asesinado en 2003 en la localidad de Sarandí, partido de Avellaneda. El pibe de 14 años fue fusilado por la espalda en una barbarie que permanece impune. Cofavi (Comisión de Familiares de Víctimas) fue un apoyo fundamental para Cristina Quevedo. La fundadora de la organización es mamá de Sergio Schiavini, joven muerto en Lomas de Zamora en manos del gatillo fácil policial. Este caso significa un precedente notorio, pues recibió fallo favorable de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.
La hermana de Florencia cursaba periodismo en el Círculo de Prensa, con una beca de la Organización por el Futuro. Estaba escribiendo el libro citado con Carlos Edwin (también damnificado fatal de Cromañón) para dar voz a las víctimas. Separada del papá de sus dos hijos, quería formar un nuevo hogar con José Luis Sosa, alias Paya, su novio en el momento fatídico. Colaboraba como voluntaria en el Hospital Borda y su radio, La Colifata. Había obtenido una mención especial del premio Gota en el Mar, de la Fundación Sopeña, por su participación en un programa de otra emisora caratulado Un viaje a las puertas del rock.

«Mi hermana tenía problemas de salud, tenía asma», resalta Flor sobre la forma en que murió Jacquie; «a raíz de eso [quedó particularmente expuesta] el día del incendio; por lo que tenemos entendido, ella salió del lugar y volvió para sacar gente; al volver quedó adentro, tomando en cuenta el efecto del monóxido de carbono; ella era una chica muy fuerte, muy luchadora; salió y entró a sacar a otros, dio su vida para salvar a los demás; era la razón de su vida; siempre ayudaba al prójimo; no se quedó afuera, volvió a ingresar; sacó gente y ella quedó adentro; ahora no está porque dio su vida por otros».
«Jacquie siempre actuaba de esa manera; en un montón de aspectos; colaboró en varias organizaciones; trabajando en la radio [las tres emisoras en las que colaboró, entre ellas La Colifata]; dando una mano en el Hospital Borda; siempre brindaba contención y estaba disponible para el otro; fue una buena madre de sus hijos; fue luchadora, trabajadora; hoy nos estamos enterando de todas las cosas que hacía mi hermana y la verdad es que nos parece un montón».
«Según los sobrevivientes, mi hija logró salir de Cromañón cuando se produjo el incendio», toma la palabra Juan, para confirmar este cuadro estremecedor, que caracteriza a Jacquie como una heroína; «pero después ingresó; salía y entraba para ayudar a los demás; sacaba personas y sin querer se iba contaminando los pulmones; con el asma que tenía, llegó un momento en que ella también cayó; varios sobrevivientes me lo comentaron; que la vieron a ella sacando gente».
La brega de los familiares de damnificados y los sobrevivientes de Cromañón ostenta hitos mayúsculos en términos jurídicos e institucionales. Con veredictos logrados de manera progresiva en distintas instancias. Como principales culpables materiales fueron sentenciados Emir Omar Chabán, gerente del boliche (muerto en 2014 en condición de preso); Raúl Alcides Villarreal, colaborador de este; Rafael Levy, propietario; Diego Marcelo Argañaraz, mánager de Callejeros; y Carlos Rubén Díaz, subcomisario. El máximo implicado político es Aníbal Ibarra, jefe de Gobierno de la Ciudad, que fue destituido.
Otros convictos son los músicos: Patricio Fontanet, Maximiliano Djerfy, Elio Delgado, Cristian Torrejón, Juan Carbone y Eduardo Vázquez. Este sumó después la cadena perpetua por el crimen de su esposa, Wanda Taddei, perpetrado en 2010 (la roció con alcohol y la prendió fuego durante una discusión de pareja). Más castigados por el desastre del recital: Fabiana Fiszbin, Ana María Fernández, Gustavo Torres y Roberto Calderini, funcionarios porteños; Rubén Fuerte y Luis Perucca, empresarios; Alberto Corvellini, Marcelo Nodar y Marcelo Esnok, integrantes de Bomberos de la Policía Federal.
La ley nacional que crea un espacio de memoria en el predio del horror podría caerse. Sucederá el 27 de octubre, dentro de tres meses, al cumplirse un año de la sanción por parte del Congreso, si continúan incompletos los pasos formales previstos. La reglamentación de la norma, que era el primero, fue concretada justo antes de terminar la presidencia de Alberto Fernández. Otro requisito es el diagnóstico del inmueble por el Tribunal de Tasación de la República. Ese órgano aguarda el visto bueno del Ministerio de Justicia para que los peritos puedan ingresar y establecer un valor estimativo.
«Ella colaboró en La Colifata, la radio que está en el Hospital Borda», cuenta Juan; colifa o colifato es un término lunfardo que significa loco o insano; «hay personas que lo califican como un loquero; ella se enojaba, en su radio [Jacquie participaba en el programa Social Demente, que se emitía por una estación distinta de la antedicha y la de la emisión que le mereció el premio] decía que no era un loquero; explicaba que es un lugar para sanar la cabeza de cualquier ser humano; ella amaba a las personas que estaban dentro de la institución; la cuestión es que de casualidad ahí adentro encontró la radio».
«Yo le decía no me gusta que se llame La Colifata; las personas no se tienen que degradar a sí mismas; ella me respondía que el título había sido elegido como una especie de broma; yo le contestaba que esa gente es paciente de un hospital y que hay que mencionar las cosas como corresponde; más cuando [a la radio] van personas de las letras: periodistas, artistas, filósofos; ella me replicaba amo ese lugar, el nombre no me importa, no puedo estar sin ir a dar una mano; entonces me contó que organizaban un recital por mes en Villa Domínico y que el intendente de Avellaneda les prestaba el anfiteatro».
«El último concierto solidario fue en octubre de 2004, cuando se presentó la banda Callejeros; juntaron dos toneladas de alimentos imperecederos y ropa; me llamó por teléfono muy contenta; me dijo papá salió todo perfecto, vino Callejeros; yo estoy agradecido con todo el pueblo que la ayudó; no con los políticos, que lo único que hacen es comprar a la gente; en Cromañón hubo una parte que aceptó; ese es el dolor más grande, el que aceptó el dinero de los corruptos para callarse la boca; lograron censurar a un montón de personas; hay gente que trabaja en el Gobierno y perdió a su hijo en Cromañón».

El Hospital Borda inaugurará la semana siguiente de esta entrevista un ropero bautizado Jacqueline Karina Santillán en recuerdo del trabajo de la fallecida, que como cuentan sus familiares colaboró en la recolección de enorme cantidad de pilchas para los internos. Juan y Florencia serán invitados preferenciales de la inauguración, pero se verán obligados a ausentarse por otro compromiso en Chascomús. Ambos visitaron el centro de salud el día anterior de la jornada en el santuario. Cuando se asomaron al sector de La Colifata, varias personas les contaron su recuerdo de la mamá de Matías y Melanie.
«COFAVI llora a uno de sus miembros. En el incendio que se llevó tantas vidas falleció Jacqueline Santillán, hermana de una víctima de la inseguridad instalada en la sociedad argentina», anunció un comunicado de la entidad civil, tras la masacre de Cromañón, que alude a Hugo. «Jacquie, como yo la llamaba, era periodista y se dedicaba a preparar recitales solidarios para ayudar a los internos del Borda», sintetizó María Teresa Schnack. «Su tarea fue premiada en el 2004 con el premio Gota en el Mar».
«Dar hasta que duela», era el lema de Jacquie, frase de la Madre Teresa de Calcuta, ha revelado Cristina Quevedo. «Ella tenía una sensibilidad increíble; sentía la lucha de los más humildes como propia y sabía acariciar al otro en el lugar justo; allí donde más le dolía», ha destacado José Luis Sosa. «Un alma llena de generosidad, sensibilidad y actitud de servicio para los que más lo necesitan», la caracterizaron Zunilda Petrini, de la Organización por el Futuro, y Nelly Moreno, presidenta de la Fundación Gota en el Mar. Los restos de la hermana mayor de Florencia descansan en el cementerio de la Chacarita.
«Amante del rock nacional, luchaba para que los conciertos masivos se pudieran desarrollar sin violencia y sin drogas», le rindieron homenaje un coordinador de La Colifata y un interno del Borda durante el funeral; «por medio de ellos buscaba un camino solidario en el que ayudar a los más marginados de la sociedad», recordaron, haciendo una síntesis de los valores esenciales de la extinta. «Sin tener mucho, dio todo y mucho más», se conmovió Carmen Sicardi, voz emblemática de Radio Cultura; es quien le otorgó la beca en nombre de la Organización por el Futuro para que pudiera asistir al Círculo de Prensa.

«Estoy estudiando Trabajo Social», comenta Florencia con ilusión; «estoy en segundo año; la sensibilidad humanitaria me viene de Jacquie; ella es mi guía; soy promotora de huertas en mi barrio; tengo un merendero, que se llama Acunando almas [nombre tomado del libro de la fallecida], desde hace cinco meses; en paralelo tengo una feria de ropa; somos personas humildes; mi papá es tapicero; tengo un nene de 11 años que me demanda mucho tiempo; soy mamá soltera, por lo que entiendo la lucha de las madres que crían solas a sus hijos; somos gente sencilla; ahora nos trasladamos de Chascomús en tren».
«Cuando podamos venir lo vamos a hacer; ahora tenemos más contactos y conocemos a más gente cercana a Jacquie», agrega; durante la jornada transcurrida en el santuario, ella y Juan pudieron charlar con Silvia Bignami, del Movimiento Cromañón; Raúl Morales, del grupo Que No Se Repita; Linda Vázquez, mamá de una víctima fusilada en un hecho anterior; y numerosos ciudadanos comprometidos con la causa del boliche de Once; «desde ayer que andamos dando vueltas para todos lados; nos vamos a quedar hasta mañana; Jacquie me está recompensando con los vínculos que estamos logrando».
«Pasé una semana soñando con mi hermana», revela sobre la determinación de hacer este viaje a la Capital Federal; «estábamos las dos hablando en un lugar cerrado, sentadas en sillas; salí afuera; le dije me voy y ahora vuelvo; cuando regresé ella salía prendida fuego; me agarró la mano para que ingresara; era un incendio; me chocó mucho; tengo que conocer el lugar en que ella perdió la vida; es fuerte lo que digo; sé que hay marcas y un montón de cosas ahí; ella me dice que entre; algo de ella quedó ahí; es la última vez que soñé con ella; lo recuerdo tan bien que me marcó en cierta forma y por eso hoy estoy acá».

La Nación, 7/5/2005
Jacqueline dejó dos hijos, un libro y una obra solidaria en marcha
Había recibido un reconocimiento de la Fundación Sopeña
«Hace dos años que con Jacqueline estábamos luchando para esclarecer la muerte de su hermano Hugo, que falleció a manos de una patota. Ella quería justicia para su hermano y yo creo que se la debo. La corrupción ya me llevó dos hijos. Entonces, quiero creer que alguien va a hacer algo en serio, quiero creerle al Presidente, porque si no las víctimas no solamente van a ser del incendio, sino también van a ser de suicidios.»
Esto dijo ayer a Radio La Red Cristina Santillán, madre de Jacqueline, de 29 años, una de las víctimas del incendio desatado hace una semana en República Cromañón.
«Dar hasta que duela.» Ese era el lema de la Madre Teresa de Calcuta que Jacqueline Karina Santillán, una periodista consustanciada con las tareas solidarias, hizo suyo durante el tiempo que pudo.
Su vida se apagó el 31 de diciembre en el Hospital de Clínicas, el mismo lugar de la Capital que la vio nacer hace 29 años. Murió asfixiada. Había ido a la disco República Cromañón simplemente para agradecer al grupo de rock Callejeros su participación en un recital en beneficio de los internos del Borda, que ella misma había organizado en Cemento en octubre pasado y en el que pedía alimentos no perecederos, ropa y abrigo para los internos de ese hospital neuropsiquiátrico.
Despedida desde el Borda
Por eso, durante el sepelio en Chacarita, un coordinador de Radio La Colifata, que se emite cada semana a otras radioemisoras de Buenos Aires desde el hospital, y un interno del Borda, la despidieron con un dolor inmenso; difícil de soportar ante una muerte injusta, ante una muerte joven.
«La de aquella persona, que sin tener mucho, dio todo y mucho más.» Así la recordó Carmen Sicardi, de Radio Cultura y la persona que le otorgó una beca para que Jacqueline cumpliera su sueño de estudiar y recibirse de periodista.
Amante del rock nacional, luchaba para que los conciertos masivos se pudieran desarrollar «sin violencia, sin drogas y sin agresión» y por medio de ellos, construía un camino solidario para ayudar a los más marginados de la sociedad.
Junto con Carlos Edwin, quien también falleció en el trágico incendio de la disco, trabajaba en la edición del libro Acunando almas en el que reconstruyó las historias de las víctimas del gatillo fácil, como la de su propio hermano, y de otros tipos de violencia, que próximamente editará la Comisión de Familiares de Víctimas Indefensas de la Violencia Social, Policial e Institucional (Cofavi).
Jacqueline se había acercado a esa ONG por un dolor propio: la muerte de su hermano Hugo Daniel, de 14 años, asesinado de un balazo en la espalda, en Sarandí, hace dos años. Esa herida impulsó una vocación entrelazada entre el periodismo y la ayuda solidaria.
Tenía dos chicos a su cargo
Becada por la Organización por el Futuro, estudiaba a la noche periodismo en el Círculo de la Prensa y durante el día trabajaba en un bar de Flores haciendo delivery. Así mantenía a sus dos hijos, Matías Brian, de 7 años, y Melanie Natasha, de 3, que hoy, al cuidado de su abuela paterna, esperan la peor de las noticias: que Jackie, como le decían todos, ya no está.
Los domingos, de 18 a 19, conducía en FM Class, de Caseros, el programa Social Demente, donde volcaba todo su compromiso solidario.
En 2003, la Fundación Sopeña le otorgó una mención especial dentro del premio Gota en el Mar por su contribución solidaria a través del programa Un viaje a las puertas del rock.
«Ella tenía una sensibilidad increíble; sentía la lucha de los más humildes como propia y sabía acariciar al otro en el lugar justo; allí, donde más le dolía», cuenta a LA NACION del otro lado del teléfono su novio, José Luis Sosa, con quien convivía desde hacía ocho meses en la localidad bonaerense de Merlo.
«Un alma llena de generosidad, sensibilidad y actitud de servicio para los que más lo necesitan.» Así la recordaron Zunilda Petrini, de la Organización por el Futuro, y Nelly Moreno, presidenta de la Fundación Gota en el Mar, quienes están tramitando un subsidio para los hijos de Santillán.
Página 12, 13/1/2005
HISTORIAS DE PIBES QUE CAYERON EN EL RECITAL DE CALLEJEROS
Todas las muertes, la muerte
Los muertos en Cromañón pertenecían a casi todos los sectores sociales. Sin embargo, un discurso prehistórico anda dando vueltas: intenta demostrar que la muerte de un pibe de la calle es menos dolorosa que la de un pibe “bien”. Ojo con eso.
Por Mariano Blejman
Un discurso peligroso parece haberse instalado entre nosotros. Los padres lloran su dolor, los familiares acompañan el sufrimiento, la vida intenta seguir en medio de tanta muerte, en medio de tanta injusticia. Pero habría que estar atentos: hay trogloditas que acusan a algunos muertos de Cromañón de haber sido menos seres humanos que otros. Amparados en la impunidad del éter, o de la vorágine televisiva, o en el intolerante discurso del tachero fascista, señalan a los que cayeron en el recital de Callejeros con curiosos artilugios verbales, y logran algo absurdo: que los padres salgan a defender el valor de la vida de sus hijos.
Durante estos días, en algunas marchas, en algunos medios, también varios familiares de las víctimas, dieron discursos argumentando que sus hijos habían sido “sanos”, “puros”, que no fumaban, ni tomaban y hasta habían estado allí por azar, o por acompañar a alguien.
El No recogió, a modo de homenaje, algunos testimonios de vida de apenas un puñado de los que cayeron en Cromañón. Un pequeño repaso por las historias recolectadas deja bien en claro que la tragedia afectó a todos los sectores sociales.
Sergio Escobar, por ejemplo, tenía 23 años. Estudió en un colegio privado, tanto él como su hermana Griselda que le lleva tres años. Después del secundario trabajó en una estación de servicio, en una verdulería y ahora en el hipermercado Auchan de Quilmes. Su tía Beatriz dice, cuando lo recuerda, que no fumaba delante de la madre.
David Chaparro nació el 25 de marzo de 1990, en la clínica Eva Perón de Ramos Mejía. Fue el primer nieto, el primer sobrino, el bebé más esperado de la familia. Decía que quería ser el hombre de la casa. Le encantaba cocinar. Quería ser enfermero, había practicado natación en el club Portugués de Isidro Casanova. Estaba en Octavo año de la Escuela Nº 50 Marina Argentina, donde repitió uno. Su mamá lo iba a mandar a la escuela Don Bosco para hacer Mecánica de Aviación.
Patricia González Cedrés tenía 21 años, trabajaba en Cromañón, pero prefería la cumbia. Con nueve hermanos, se fue de casa joven y comenzó a rebuscarse la vida en las calles. Su familia se mudó a Marcos Paz, pero se quedó en San Telmo con unos vecinos. Había empezado un curso de restauración del Gobierno de la Ciudad. Después intentó un microemprendimiento: poner un ciber, un kiosquito o una mensajería. Pero el préstamo no salió y ahí entró a Cromañón. Ana, su amiga, dice que le hubiese gustado ser fotógrafa.
Yamila Guevara jamás siguió a Callejeros, pero una amiga le pidió que la acompañara ese día. Nació el 15 de octubre de 1982 en el Instituto de Obstetricia de Once. Vivía en Villa del Parque, fue al colegio parroquial Nuestra Señora del Huerto, trabajó en una distribuidora de papel. Quiso ser abogada y comenzó a estudiar en la UBA. Su madre cuenta que “se daba con todos los niveles sociales”.
Jacqueline Santillán tenía 29 años y había nacido en el Hospital de Clínicas en 1975, donde falleció el 30 de diciembre de 2004. De infancia humilde, logró terminar el secundario. Sus amigos cuentan que vivió en “quinientos millones de barrios” y ahora estaba con su pareja José Luis en Merlo. A ella sí le gustaba el rock: solía organizar recitales solidarios para los internos del Borda. Trabajaba de camarera en el bar Pepe, un delivery de Flores. Callejeros dio dos recitales en Cemento gracias a ella, un par de fechas donde se juntaron dos camiones de ropa y comida para el Borda.
A Paola Linares, de 25, le faltaban dos materias en la Kennedy y estaba haciendo una tesis de periodismo sobre los “Nuevos grupos de rock”. Vivía en Flores, detrás de la estación de tren. Hizo el secundario en un colegio de monjas, fue camarera en el Bingo de Lavalle y también estudiaba locución.
Existe el riesgo, perenne, de intentar justificar el valor del dolor. Habría que poner atención a ese discurso: como si la muerte por asfixia tuviera escalas sociales, como si la vida de los pibes de la calle fuesen menos muerte que la de aquellos que estudiaron, trabajaron, no se drogaron ni fumaron. Sutilmente, un discurso autoritario desestima las vidas que desconoce: una especie de proceso de selección natural se encarga de los más débiles, los hace menos importantes. Ese es el mismo discurso que intenta diferenciar la muerte del pibe Bordón asesinado por la Policía de Mendoza, con la muerte de Axel Blumberg (y la resurrección de su padre), un pibe de zona norte.
Hay que recordar la frase de Blumberg diciendo que ese caso era distinto, porque Bordón se drogaba. ¿O acaso hay muertes más valiosas que otras? ¿O acaso hay muertes menos muertes? ¿O acaso el fin de la vida de un callejero es menos dolorosa? ¿Hubiese sido menor la tragedia si en vez de rock hubiese sido cumbia? Hoy, el dolor es producto de la corrupción y de irresponsabilidades compartidas, y aunque el recuerdo es absolutamente necesario, nadie debería tener que justificar a sus muertos.

Infobae, 1°/1/2005
Dos periodistas murieron en la tragedia de Once
Entre las víctimas del incendio del boliche República de Cromañón se encuentra un redactor del canal de cable Crónica TV y una notera de una radio FM.
Dos periodistas murieron en el trágico incendio desatado el jueves por la noche en el local bailable República de Cromañón, mientras otra colega resultó herida y permanecía internada fuera de peligro en el Hospital Fiorito de Avellaneda, con complicaciones respiratorias por la inhalación de humo.
Las víctimas fatales son Luis Santana, de 28 años, redactor de la señal de cable de Crónica TV; y Jacqueline Carina Santillán, también de 28 años, periodista de la FM Class de Caseros, partido de 3 de Febrero, quien organizaba recitales solidarios para pacientes del hospital psiquiátrico José T. Borda.
En tanto, también resultó herida Carla Richiotti, movilera de Crónica TV que había asistido al recital de Callejeros junto su compañero de trabajo.
Richiotti pudo ser localizada por sus familiares varias horas después de la tragedia, en el Hospital Fiorito, en el que fue internada en una sala de terapia intensiva con principio de asfixia, aunque evolucionaba favorablemente este mediodía.
Asimismo, los restos de Santillán fueron sepultados este mediodía, a las 12, en el cementerio de la Chacarita. De la emotiva ceremonia participaron unas 50 personas, entre familiares y allegados.
Según pudo saber DyN, la mujer, madre de dos chicos menores, falleció asfixiada al reingresar al local siniestrado para rescatar a otras personas.
La joven era hija de María Cristina Quevedo, integrante de la Comisión de Familiares de Víctimas de la Violencia Social (COFAVI), organización a la que ingresó luego del crimen de otro de sus seis hijos, Hugo Daniel (14), quien fue asesinado en Sarandí hace dos años y medio.
El cuerpo fue entregado a la madre y a los cuatro hermanos a las 4 de la madrugada de hoy en la morgue del Hospital de Clínicas.
«COFAVI llora a uno de sus miembros», consignó un comunicado difundido por la entidad que preside Teresa Schnak, madre del joven Sergio Schiavini, ultimado al quedar atrapado en un tiroteo entre delincuentes y policías.
En el incendio «que se llevó tantas vidas falleció Jacqueline Santillán, hermana de una víctima de la inseguridad instalada en la sociedad argentina», indicó el parte.
Schnack dijo que «Jackie, como yo la llamaba, era periodista y se dedicaba a preparar recitales solidarios para ayudar a los internos del Borda». Su tarea fue premiada en el 2004 con el premio Gota de Mar.
El grupo de rock Callejeros, que alcanzó a tocar tres temas antes de la tragedia en la disco, actuaba en los recitales solidarios que organizaba Santillán, contó la titular de COFAVI.

Mendoza Today, 31/12/2023
A 19 años de la tragedia de Cromañon, el recuerdo de una luchadora: mi amiga Jacqueline Santillán
Jackeline Santillán, un ejemplo de vida que siempre perdurará
Jackeline Santillán tenía incipientes sueños, dos hijos y toda una vida por delante. Era una de las mejores periodistas que conocí y también una de mis mejores amigas.
Hace justo 19 años encontró la muerte cuando fue a agradecer al grupo Callejeros el hecho de haber colaborado en un festival solidario que buscaba juntar enseres para los internos del Borda. La banda había actuado gratis y Jackie —así le decíamos— solo quería decirles gracias.
No fue un hecho aislado, ella hacía ese tipo de periodismo, ese que nadie gusta hacer, el que sirve para ayudar a otros. Un año antes de morir, Jackie fue galardonada con el prestigioso premio Gota de mar que le fue otorgado por su trabajosa ayuda al prójimo a través de su programa radial Un viaje a las puertas del rock.
Jamás se la creyó, ni antes ni después de ese acontecimiento. Ella era así, una topadora que se movía con tracción a sangre. Su propia sangre.
Era tan apasionada e incansable en su labor, que contagiaba a quien tuviera cerca de ella. En lo personal, recuerdos dos ocasiones en las que me llevó contra mi voluntad a hacer magia a lugares casi marginales.
No alcanzaron todas las excusas que le endilgué, me agarró del brazo y me dijo: “Vamos Chris, esto te va a cambiar la vida”. Tenía razón. Conocí gracias a ella que regalarse a los demás gratifica como nada en el mundo. Dar a quienes lo necesitan llena el espíritu de una manera que no se puede describir. Jackie lo sabía, ciertamente.
Era también una fiel amante del rock nacional y luchaba para que los conciertos masivos se pudieran desarrollar sin violencia, sin drogas y sin agresión.
Pocos saben que Jackie, a través de esos recitales, construía un camino solidario para ayudar a los más marginados de la sociedad.
Su camino quedó trunco, al igual que el libro Acunando almas, en el que trabajaba para reconstruir las historias de las víctimas del gatillo fácil. Allí aparecía el derrotero de su propio hermano, Danielito, caso que jamás pudo resolver aunque había jurado que lo haría.
A 19 años de una de las peores tragedias de la Argentina, vaya mi recuerdo a mi querida amiga. Que en paz descanse, si ello es posible.