Daniel y Susana Basaldúa: «Parece que la causa de Cecilia va avanzando»
15/11/2024
por Lucio Casarini
Su hija, una escritora y mochilera porteña, tenía 36 años cuando fue hallada muerta violentamente el 25 de abril de 2020 en Capilla del Monte, Córdoba. Denuncian una trama judicial, policial y narco. Piden al nuevo fiscal romper la impunidad. El 9 de noviembre marcharon al mural pintado en la estación Núñez con allegados y otros familiares de víctimas.
«Vamos a tener noticias, porque creo que hay cosas que están por salir en el caso de Cecilia; hay puntos importantes; ojalá que dentro de poco podamos informarlos a la gente; a nosotros nos tocó esto y tuvimos que salir a pelearla; en eso estamos ahora, luchando por nuestra hija; creo que ella nos puso acá; ella quería ser conocida, escribía, hacía muchas cosas; ella me metió en esto de agarrar el micrófono; voy a seguir por ella y por el bien de todas las chicas que andan viajando, que no merecen que les pase lo que les sucede; porque no es solo el drama de ella, hay mucha gente que ha sufrido lo mismo».
Daniel Basaldúa luce los ojos vidriosos y por momentos se le quiebra la voz. El sol del atardecer le pega de frente mientras permanece de pie con el amplificador en la mano derecha. Su esposa Susana, a su izquierda, lleva anteojos oscuros. Ambos visten remeras albas con el rostro de su hija. El mismo retrato bocetado con líneas negras, pero gigante, puede contemplarse en la pared blanqueada a sus espaldas; es una efigie de dos metros y medio de altura; la rodean esbozos de flores, brotes multicolores y un sol. Verdad y justicia por Cecilia G. Basaldúa, se lee arriba y a la derecha; vivas nos queremos.
Es sábado 12 de noviembre. Hace bastante calor. El matrimonio Basaldúa acaba de liderar una marcha desde la intersección de las avenidas Cabildo y Crisólogo Larralde hasta el mural plasmado en una tapia de la estación Núñez, en el barrio de la familia. El motivo es recordar que el 7 de noviembre la fallecida hubiera cumplido 41 años. Los ladean parientes, vecinos y allegados de otras víctimas que sostienen carteles con la sonrisa de Ceci, su nombre y lemas de reclamo. De vez en vez se oye el estruendo del Ferrocarril Mitre, que circula a pocos metros, y el ruido obliga a los oradores a hacer una pausa.
«Por suerte, parece ser que el sumario va avanzando», confirma Susana, expectante con la labor de Nelson Oscar Lingua, el fiscal a cargo desde hace cerca de un año; «que van siguiendo el camino que nosotros les indicamos, porque la verdad es que la investigación anterior fue un mamarracho plagado de mentiras y con muchos testigos falsos; acá intervino la Policía de Capilla del Monte; la mayoría [de los que iniciaron la pesquisa] está en prisión; como Diego Concha, director de Defensa Civil [cumple cadena perpetua por el crimen de Luana Ludueña y por agredir a su exesposa]; son todas personas violentas».
Cecilia Gisela Basaldúa, que era escritora y mochilera, tenía 36 años cuando el 25 de abril de 2020 fue hallada muerta con signos salvajes de violencia en la localidad de Capilla del Monte, provincia de Córdoba, luego de permanecer desaparecida durante casi tres semanas. Un juicio controvertido realizado en 2022 en los Tribunales de Cruz del Eje absolvió al perejil del caso, Lucas Adrián Bustos, un peón de albañil. La querella pide un nuevo proceso que condene a los responsables. Denuncia maniobras judiciales escandalosas para encubrir un hecho que, según evidencia profusa, involucra a policías y narcos.
«El jueves fue el cumpleaños, el aniversario de ella», cuenta Daniel un rato antes, durante el periplo hacia la estación, mientras sostiene un extremo de una bandera negra con una frase en letras blancas: hacer realidad un sueño de amor requiere nunca dejar de soñarlo; la otra punta es aferrada por Susana; «como todos los años, estamos marchando hacia el mural en homenaje a Cecilia; ella siempre andaba por el barrio; queremos recordarla y presionar un poquito para que se active la causa, que sigue impune; siempre estamos luchando por algo; logramos que por lo menos no metan preso a un inocente».
A pesar de que al cabo de tanto tiempo de impunidad la familia está curada de espanto, mira con afán a Nelson Oscar Lingua, que tomó la posta de Paula Kelm. El primero pertenece a Cruz del Eje, la segunda a Cosquín. El reemplazante dio una señal considerable el 21 de agosto, cuando concretó algo que es básico para cualquier pesquisa forense y estaba en veremos, la inspección judicial del escenario. El funcionario se sometió a una especie de jornada de turismo aventura caminando la zona con asistencia policial, un equipo de drones y la compañía de Daniela Pavón y Gerardo Battistón, abogados querellantes.
«Se acercaron personas a decirnos que había muchas causas armadas por la fiscal Paula Kelm y todavía está en funciones», revela Susana su diálogo con habitantes del lugar; «todo el mundo vino a comentarnos; gracias a ellos pudimos más o menos saber, estamos en ese camino, quiénes son los culpables del femicidio de Cecilia; gracias a las agrupaciones, como el Movimiento Plurinacional de Capilla del Monte; gente que ni siquiera la conoció luchó cuando estaba desaparecida; llegamos allá un viernes y al día siguiente armaron una marcha; nos ofrecieron hospedaje; la verdad, son personas muy buenas».
El matrimonio en el audio de esta nota aporta nombres y apellidos de los presuntos implicados. Serían Mario Gabriel Mainardi, según testigos expolicía; Viviana Juárez, alias Vivi Rasta, supuesta vendedora de droga; y Ramón Ubaldini López, uniformado en actividad; dentro de un grupo más amplio de sospechosos. Diego Concha es el primero de una lista de investigadores del hecho hoy en conflicto con la Justicia. Diego Bracamonte, excomisario departamental, se encuentra preso por violencia de género. Igual que Ariel Zárate, exsubcomisario. Adrián Lúquez, ídem, amenazó a la pareja con arma de fuego.
«A raíz del femicidio de mi hermana Laura, una trabajadora social que fue asesinada en Miramar, me empecé a conectar con otras familias», agarra el micrófono Manuel Iglesias, uno de los circunstantes; «formamos una agrupación que se llama Atravesados por el femicidio; sumamos más de 250 familias que representan a más de 200 damnificadas; lo que cuenta Daniel lamentablemente es moneda común, moneda corriente; pésimas investigaciones; hay leyes que supuestamente amparan a las víctimas y no se aplican; porque los fiscales y los jueces toman la Justicia en sus manos y la manejan a su antojo».
«Hay una chica que viajaba en bicicleta que mataron hace creo dos años atrás», se angustia el papá de Cecilia; «lo único que hacía era viajar; andaba sola con una mochila; no hay derecho a que venga cualquiera…; pasa con todos, principalmente con los uniformados; no tengo nada contra la Policía, pero cuando ve a alguien con mochila, es como que siente algo, no pude aceptar la libertad; eso me decía Chaplín, el que hizo la serigrafía esa [señala un retrato de su hija en manos de una señora]; el anda viajando con su mujer y sus dos hijos; la mujer me contaba; cuando vamos caminando nos tratan mal».
«A cada minuto, de cada semana / nos roban amigas, nos matan hermanas / destrozan sus cuerpos, los desaparecen / no olvide sus nombres, por favor, señor presidente», difunde un parlante portátil la Canción sin miedo, de la mexicana Vivir Quintana. «Cantamos sin miedo, pedimos justicia / gritamos por cada desaparecida / que resuene fuerte ¡nos queremos vivas! / que caiga con fuerza el feminicida», continúa. «Soy Claudia, soy Esther y soy Teresa / Soy Ingrid, soy Fabiola y soy Valeria / Soy la niña que subiste por la fuerza / Soy la madre que ahora llora por sus muertas / Y soy esta que te hará pagar las cuentas.»
«Hay que seguir, uno se convierte en un gestor de la Justicia», se suma Andrea, una allegada de los Basaldúa; «un gestor que no es abogado, ni psicólogo ni asistente social; que corre el riesgo de quedar como yo, con estrés postraumático y un tumor cerebral; pero se sigue en la lucha», agrega la mujer; «la Justicia es el único poder que no se democratizó; lo tenemos que tomar en cuenta», acentúa; «hoy amenazan a los jubilados, a los universitarios, a los hospitales de salud mental; la gente tiene miedo y el miedo paraliza; la lucha está en formar redes de contención; es lo único que hace salir a las víctimas».
«Soy mamá de un compañero del colegio de Cecilia», se engancha Eugenia, otra participante espontánea del homenaje callejero; «vos recién decías que no hacemos política», observa a Daniel, de pie junto a ella; el papá de la víctima siempre aclara que su movida es en el rol de simple ciudadano; «no hacemos política partidaria, pero sí que hacemos política; cuando uno interviene para modificar o construir un mundo en paz, está haciendo política; somos ciudadanos y como tales tenemos derecho a participar en la organización de nuestra sociedad; me parece importante esto; si no, pensamos que la política es un cuco».
«Eugenia es la dueña de la casa donde se hizo el mural», explica Susana en diálogo con el cronista; «uno de sus hijos, Santiago, fue compañero de Ceci en la escuela primaria y otro fue compañero y es amigo de Guillermo, el segundo de nuestros hijos» [Cecilia era la mayor de cuatro; los restantes chicos Basaldúa se llaman Soledad y Facundo; el último acaba de convertirse en abogado por la UBA]; «por otro lado, allá también recibimos apoyo del Polo de la Mujer de Córdoba», agrega sobre quienes avalan el pedido de justicia; «igual que de Claudia Martínez, actual secretaria de la Mujer de la Provincia de Córdoba».
«Es gente muy mansa, que tiene miedo», concluye la mamá de Cecilia sobre la comunidad de Capilla del Monte; «la Policía amenaza, provoca miedo; acosan a las chicas y la Policía no ve o no quiere ver; ellos saben que nosotros vamos a seguir luchando hasta las últimas consecuencias, no solo por Cecilia, sino por todas las víctimas; basta de mentiras, basta de Justicia injusta; parece el reino del revés esto, porque están todos actuando mal; cuando alguien va a un tribunal le hacen jurar que dirá la verdad o terminará preso; todos los que declararon en el proceso de Lucas Bustos mintieron; fue un expediente armado».