Ailén Raimondo Randi y Cecilia Paviolo: «Urge escuchar a los que son marginados»

30/7/2024

por Lucio Casarini

Son porteñas y realizadoras audiovisuales. Fundaron Paisana Films, desde donde abordan realidades humanas cruciales. Tienen tres proyectos en marcha: Fragmentos, registro interactivo de voces de víctimas viales; Biólogas, serie con entrevistas e historias singulares; y un largometraje documental aún sin título que explora los conceptos de cocina e identidad.

«Nos conocimos en la Universidad de Buenos Aires, en la carrera de Imagen y Sonido», hace memoria Ailén; «empezamos a cursar una materia, Diseño Audiovisual 1; en el año 2014, creo que fue; nos tocó juntas en la misma comisión; me acuerdo de que para la segunda o tercera clase había que conseguir una foto que nos pareciera buena; Cecilia decidió llevar una de una ballena…», mira de pronto a la otra, con picardía; «¿por qué elegiste la foto de la ballena, te acordás?».

«Era una ballena blanca y no hay ballenas blancas, era un caso muy raro», le contesta Cecilia de sobrepique; «era un fotón, un plano cenital increíble; pero a la profesora no le gustó», concluye entre risas que contagian a su interlocutora.

«A la profesora no le pareció que fuera tan buena foto como Cecilia consideraba», cierra el relato Raimondo Randi, conteniendo la carcajada; «hubo un pequeño conflicto o crisis».

«No voy a dar más detalles…», sigue tentada Paviolo.

«Recuerdo que después nos hicimos amigas viajando en colectivo», continúa Ailén; «ella se tomaba uno que me tocó una vez; no me subía habitualmente; nos pusimos a charlar de un trabajo práctico que teníamos que hacer, de la cursada y eso…».

«Yo en ese momento vivía muy cerquita de acá, de la Facultad de Medicina, donde estamos», precisa Cecilia; «me tomaba el colectivo 37 para ir a la Universidad».

«Yo vivía en Núñez, me tomaba el 107», replica la otra, «no es muy lejos de la Universidad».

Aunque el viento del sur acobarda al más pintado en la tarde nublada de invierno, aceptan dialogar a la intemperie. Ailén Raimondo Randi luce campera de nylon azul y la nariz colorada por el frío. Cecilia Paviolo lleva anteojos y una bufanda rosada generosa, que es casi un poncho. Eligen una mesa de la zona de cafés y hamburgueserías de la plaza Bernardo Houssay. El área es una especie de cráter; tiene la forma de un gajo de mandarina (o una medialuna) y se encuentra bajo el nivel de la calle. Hay clientela y alboroto. Una moza acerca un menú a la carta que las entrevistadas ignoran. Su atención se concentra en la charla.

Ambas son porteñas y tienen 30 años. Egresaron juntas de la carrera Diseño de Imagen y Sonido de la UBA. Son socias en Paisana Films, una productora que fundaron con ánimo visionario, para abordar asuntos humanos cruciales. Tienen tres proyectos en marcha. Fragmentos (Fragmentos.com.ar), que está en la etapa de distribución, es un registro interactivo de víctimas viales. Biólogas, que está en plena realización, es una serie con entrevistas e historias singulares. El tercero, en proceso de producción, es un largometraje aún sin título que explora los conceptos de cocina e identidad.

«Cuando tuvimos que encarar la tesis de graduación decidimos trabajar con el tema de la siniestralidad vial», introduce Cecilia, «que para nosotros era muy importante».

«Decidimos hacer la tesis con el formato de audiovisual interactivo; se llama Fragmentos«, dilucida Ailén; «es un videojuego hecho especialmente para trabajar en las escuelas con los adolescentes».

«Si bien es un videojuego, no es una experiencia divertida», aclara Paviolo; «lo que buscamos no es que la gente se entretenga solamente, sino que pase a tomar conciencia sobre el flagelo; sabemos que con una simple interacción o una película es difícil cambiar un problema social de tamaña escala; mediante una experiencia de educación vial o de formación; no obstante, creemos en estas instancias de sensibilización y por eso apostamos al proyecto».

«La idea se nos ocurrió porque Cecilia está vinculada con el tema desde el colegio», destaca Raimondo Randi, «ella se vio afectada por algo muy fuerte».

«Cuando estaba en quinto año, tres compañeros y amigos del Normal 1 murieron embestidos por un conductor alcoholizado», se estremece su socia; «esto conmocionó a toda la comunidad educativa; un grupo de estudiantes quedamos vinculados con los familiares de los fallecidos, sobre todo con Enrique y Cristina Schott, los papás de Juan, que era amigo mío desde el jardín de infantes».

Sucedió la madrugada del 25 de enero de 2011 en la localidad de El Bolsón, provincia de Río Negro, sobre la Ruta Nacional 40, kilómetro 1920. Un borracho al volante de un Fiat Spazio con las luces averiadas perdió el control y embistió a cuatro mochileros porteños que circulaban como peatones por la banquina opuesta. Todos los damnificados cursaban el colegio con Cecilia. Eugenio Tretyakov, de 18 años, Juan Enrique Schott, 17, y Facundo Nehuén Marino, ídem, murieron como consecuencia de las heridas que recibieron. Jorge Arce, 18, sufrió lesiones graves de las que pudo reponerse de forma milagrosa.

Fragmentos está en la etapa de distribución, pero su amplitud narrativa puede seguir creciendo. Hoy reúne una decena de voces de familiares de víctimas viales y esa cifra podría aumentar considerablemente, incluso multiplicarse. Pues el drama vehicular es tan catastrófico que en la Argentina suma un nuevo fallecido cada dos horas y en el nivel internacional ni hablar, mata a unos 150 seres humanos por hora. Eso sin contar la multitud de heridos. La Organización Mundial de la Salud incluye el fenómeno entre las diez principales causas de mortalidad y considera que se trata de una pandemia.

Cecilia y Ailén son responsables de la idea, el diseño y la realización. Las acompaña un equipo considerable. Micaela Garagiola hizo la música original. Nicolás Kondratzky, Matías Fernández y Christian Varas, la programación del videojuego. Alina Gonzalez Pescuma, la asistencia de producción. Martín Pehuen Agro, el sonido directo de las entrevistas (el formato es grabación de audio, sin imagen). Los testimonios, por último, pertenecen a Cristina y Enrique Schott, Silvia Fredes, Teresa Mellano, Noemí Cardozo, Norma Bonelli, Patricia Sánchez, Laura Iglesias, Marcela Dib, Estela Noemí Fernández e Inés Pernas.

En cuanto a los restantes dos emprendimientos de Paisana Films (Biólogas tiene un primer episodio cocinado, sobre los agrotóxicos; el largometraje indagará en la Fiesta del Omelette Gigante, de la ciudad de Pigüé), hay que decir lo mismo. Cecilia y Ailén son responsables de las ideas, el diseño y la realización. Las escoltan, entre otros, Pamela Dávalos, que hace el diseño gráfico. Marcia Avella, el diseño gráfico de las redes sociales de internet. Matías Fernández, la programación web. Josefina Gant López, la posproducción. Louise André-Williams, la investigación y el guión. Mariu Lombardi, la producción general.

«Nuestra productora se llama Paisana porque nos inspiramos en las mujeres campesinas que trabajan la tierra y tienen un vínculo con la naturaleza», explica Ailén el nombre del designio que las tiene como camaradas; se trata de un término cargado de simbolismo, algunas provincias argentinas realizan fiestas tradicionales en las que eligen la Paisana del lugar e incluso la Paisana nacional; «su fuerza es lo que nos anima a impulsar proyectos audiovisuales sobre diversas temáticas, como pueden ser la siniestralidad vial, el cambio climático y la construcción de la identidad nacional y latinoamericana».

«Para nosotras las soluciones a todas las cuestiones que enfrentamos como sociedad son colectivas», agrega Cecilia, respecto del espíritu plural que las une; «con esto nos referimos a que es muy difícil si pensamos de manera individual lograr salidas reales; somos seres sociales que vivimos en comunidad, si no prestamos atención o no nos importa lo que le pasa al vecino de al lado nunca vamos a poder vivir en armonía; si cada persona vive mirando su ombligo y decide evitar escuchar a los demás, descreer de los reclamos de los otros o invalidar esas demandas, nunca lograremos una sociedad justa».

«Es básico pensar en alternativas colectivas que busquen incluir y escuchar a aquellas personas normalmente marginadas o cuyos reclamos no son oídos», continúa Paviolo, introduciendo su comentario en el mundo inconmensurable de las víctimas, que Paisana Films aborda en Fragmentos, dedicado a afligidos por la violencia automotor, y Biólogas, cuyo primer episodio se sumerge en el drama de las enfermedades por contaminación; «sin eso creemos que es imposible que se pueda llegar a un acuerdo a nivel estructural respecto de estos dilemas; además creemos que esto es aplicable a todos los ámbitos».

«No tenemos fines de lucro en nuestros empeños», aclara Cecilia un punto audaz y admirable de la estrategia de Paisana Films; «Fragmentos está disponible de manera gratuita en el sitio web; se puede descargar libremente desde cualquier lugar; carece de publicidad u otro mecanismo para generar dinero; lo que nos interesa es que lo que tenemos para decir se difunda, que nuestro mensaje llegue a quien tenga que llegar, por más que sea poca la población abarcada; creemos que lo que tenemos para decir es importante, por eso lo hacemos; pero nuestro objetivo no incluye obtener ganancia de forma directa».

«Apuntamos a que las iniciativas puedan financiarse y que puedan concretarse, más que nada», sintetiza Ailén el planteo económico; «es un sueño poder vivir de esto», se ilusiona, confesando quizás la aspiración de largo plazo; «nos interesa que los proyectos indaguen asuntos relacionados con la ecología, la acción sustentable, la naturaleza; la tragedia vehicular es resultado de un dilema cultural; es una materia social que involucra el modo en que vivimos, nuestras costumbres; por ejemplo, cómo tomamos alcohol; se trata de intentar una existencia mejor; acrecentar la calidad de vida, esa es la meta».

«Nuestras historias tienen que ver con problemáticas sociales y ambientales del país», confirma Paviolo el terreno en el que planean desenvolver sus películas; «creemos en la cooperación y en la perspectiva de género, no solamente en el contenido sino en cómo lo producimos», destaca; «nos interesa ser coherentes, evitar contradecir nuestros principios con la manera en que realizamos las ideas; aunque parezca que nuestros proyectos están desconectados, para nosotras tienen un hilo total; nos interesa observar qué podemos mejorar, qué estamos haciendo mal como sociedad».

«Las mujeres estamos completamente relegadas en la industria cinematográfica de nuestro país», protesta Cecilia; «como muestran las estadísticas de mujeres en puestos de decisión en el terreno laboral; ocupamos puestos vinculados normalmente con mujeres; como dirección de arte, vestuario, maquillaje; hay muchas en producción; normalmente no son autoras, no son dueñas de poder decidir qué se hace; esto se replica en todos los rubros; está verificado por numerosas investigaciones; el Premio Nobel de Economía, si no me equivoco, fue para una investigadora que da cuenta de la brecha de género salarial».

«En las carreras de cine hay muchas más mujeres que varones, egresan en número superior», menciona Ailén otro aspecto de la misma circunstancia; «después, en el mundo laboral, los que trabajan efectivamente son muchos más hombres». Es un horizonte que parece sublimar la figura de Emilia Saleny, considerada la primera mujer cineasta argentina y asimismo la primera profesora de actores de cine de América del Sur. Hizo películas mudas. La única que sobrevive es El pañuelo de Clarita, filmada entre 1917 y 1918. Desde entonces hasta 1980, solo hubo una decena estrenos dirigidos por ellas en el cine nacional.

«Esto, por supuesto, nos condiciona y nos hace tener un punto de vista particular sobre nuestro trabajo, nos hace revalorizarlo», concluye Paviolo. Su intuición quizás es similar a la de Julia Montesoro, periodista especializada en cine argentino. Esta divulgadora creó la página GPS Audiovisual (Gpsaudiovisual.com) y publicó un libro ambicioso: 50 mujeres del cine argentino. Algunas de las entrevistadas para el volumen se han desempeñado como directoras: Anahí Berneri, Albertina Carri, Paula de Luque, Sabrina Farji, Tamae Garateguy, Paula Hernández, Ana Katz, Maria Victoria Menis, Celina Murga y Lita Stantic.

«Nos consideramos trabajadoras del arte», define Ailén la identidad profesional que comparten; «financiamos nuestros proyectos [por ejemplo] con convocatorias públicas de mecenazgo de la Capital Federal o el Fondo Metropolitano [de la Cultura, las Artes y las Ciencias], también de la Ciudad de Buenos Aires». El mecenazgo del Estado porteño recurre al aporte de contribuyentes comprometidos. El segundo plan cuenta con presupuesto propio. Ambas opciones abarcan un abanico amplio: artistas visuales, plásticos y cinematográficos; arquitectos; organizaciones barriales; gestores culturales; talleristas; docentes.

«Existen además convocatorias públicas del Instituto Nacional de Cine [INCAA]», se engancha Cecilia; «estas son las chances para nosotras porque vivimos en la Ciudad de Buenos Aires; nuestros trabajos cotidianos son otros; no podemos sobrevivir con la actividad audiovisual, como ocurre en la gran mayoría de la gente del cine y la cultura; emprendemos por proyectos; el mercado es completamente inestable; no solo en nuestro país, sucede en el ámbito mundial; es difícil tener un empleo en la industria cinematográfica; cada vez hay más egresados de las carreras de cine en todos los países y menos plazas».

«El panorama profesional en nuestro caso es bastante lento», diagnostica Paviolo; «hacemos los proyectos, pero probablemente tardamos el triple o más que en una circunstancia ideal, porque tenemos que dedicarnos a laburar de otra cosa para poder subsistir; eso no es lo que debería ocurrir, puesto que estudiamos y dedicamos muchísimo esfuerzo a nuestra formación; no obstante, sabemos que somos privilegiadas porque podemos, pese a hacerlo a menor velocidad, concretar nuestras ideas y tener un techo y un pan en nuestra mesa todos los días; algo que no puede darse por sentado hoy en nuestro país».

«Desde chiquita me encantaban las películas, era muy fanática», recuerda Ailén el descubrimiento de su vocación; «mi familia también, muy apasionada del cine; desde niña vi muchos clásicos, como Ladrón de bicicletas [Vittorio De Sica, 1948], por ejemplo; mucho neorrealismo italiano [años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, considerado el período de oro del cine de la península]; así que cuando terminé la secundaria era una de mis opciones predilectas seguir esto; no había muchas dudas al respecto».

«Yo, por el contrario, no soy cinéfila para nada», contrasta Cecilia; «terminé estudiando Diseño de Imagen y Sonido porque en quinto año del colegio en el área de Comunicación un profesor nos encargó un documental; corto, por supuesto; lo hicimos sobre la diferencia de los colegios públicos y privados; me di cuenta de que el cine es un medio espectacular que permite llegar al público de manera única; hubiese estudiado Periodismo o Publicidad, por suerte no, u otra cosa que tenga que ver con la comunicación; también pudo ser Arquitectura, Diseño Gráfico, Diseño de Indumentaria; son todas ramas que me apasionan».

«El mundo es un lugar muy duro y muy feo y hay bastantes personas que dedican su vida a intentar mejorarlo, gente como Enrique y Cristina Schott, y numerosos ciudadanos», responde Paviolo sobre posibles referentes o modelos; sus palabras son en cierto modo sorprendentes, porque podría haber elegido nombres del rubro audiovisual; «ellos son familiares de víctimas de un flagelo particular, pero hay tantas problemáticas sociales y tanta gente que intenta poner su granito de arena para denunciar casos de ámbitos muy diversos o intentar cambiar un poco la sociedad…; esas son las personas que admiro».