Hasta quién sabe dónde (episodio 5)

1°/12/2025

por Lucio Casarini

Ricardo Gabriel Bermejo es boxeador, mago y poeta. Nacido en la ciudad bonaerense de Pergamino, se considera habitante del mundo. Entre infinidad de peripecias, algunas inusitadas o dramáticas, conoció la gloria como héroe olvidado del atletismo y campeón de pugilismo sin corona. Este relato por entregas recoge su testimonio.

De todo lo que me ocurrió en la vida, la situación más terrorífica es el asesinato de mi hermano, sin ninguna duda. Hernán era un pibe grandote, invencible, que en apariencia lo podía todo y sin embargo fue raptado por la muerte en un ratito, así, de un momento para otro. Nadie es más fuerte que la parca. Mi hermano era una torre de músculos de un metro con 86 centímetros de altura y 110 kilos de peso. Yo nunca le pude ganar una pulseada. Era lo que se llama un tipo duro y además decidido, incluso arriesgado, hasta diría temerario. Cuando de chicos jugábamos a cualquier cosa, él iba más lejos que todos; yo, en cambio, siempre fui precavido. Sin embargo, en la vida cotidiana, él nunca andaba jodiendo, reaccionaba en seguida como tenía que ser y con lo justo. Un ejemplo es cómo se manejó con su última pareja, que era mamá de un nene cuyo papá se puso molesto con ella. En cuanto la novia se manifestó inquieta por la situación, Hernán agarró, fue hasta la casa del chabón, le tocó el timbre, le preguntó qué te pasa con Fulana y lo reventó a piñas. Listo, ese no jorobó más. Hacía cosas así. Yo también soy de ese estilo, ojo. Mi hermano no andaba con boludeces y jamás usó armas de ninguna clase; ni cuchillo ni pistola ni nada; como nos había enseñado mi viejo, que siempre se manejó de la misma forma.

La pedagogía o doctrina de mi papá era a la antigua usanza. Si nos veía medio blanditos nos decía cagón, maricón o llorón. Nos llevaba a cazar y pescar al medio del campo; en invierno nos cagábamos de frío y en verano de calor y nada de quejarse. Somos tres hermanos; yo nací en 1972; Hernán en 1973; le llevaba un año y cuatro meses; y Martín, el más mamero, en 1978. A mí y a Hernán nos educó mi viejo, nos criamos juntos; en cambio, Martín quedó bajo el ala de mi mamá, tuvo un aprendizaje diferente. El que ligaba los retos era sobre todo yo porque me consideraban el responsable de los otros dos. Además, acompañaba a mi papá a laburar de plomero y otros rebusques. Como desarrollé cierto carisma y era exitoso en el deporte, por así decirlo, tapaba un poco a mis hermanos, que pasaban más desapercibidos; aunque Hernán también tenía lo suyo.

Mi viejo fue ojota para todas las disciplinas, quizás principalmente por una cuestión de actitud. Primero quiso boxear; subió tres veces al ring y perdió una tras otra y encima lo noquearon. Después intentó como futbolista, pero era maleta y lo mandaban al banco de suplentes. Lo reprochable es que niega el fracaso y esgrime razones absurdas para justificarse: yo quería hacer esto o lo otro, pero me casé con la Rosa; así se llama mi mamá; o naciste vos o nació tu hermano o nació tu otro hermano o asumió tal Gobierno o hubo una inundación. Lleva colgando del hombro un saco repleto de excusas, tiene pretextos para todo. Cuando yo crecí un poco me vio condiciones y a través de mí buscó revancha, intentó alcanzar la gloria que le había sido esquiva; por eso me acompañaba; me daba consejos tácticos cuando jugaba al fútbol y me entrenaba personalmente para el atletismo. Pero su objetivo era egoísta y resultaba insoportable. Se volvió más y más tóxico, humillante y violento. Como contaré posteriormente, el vínculo fue desgastándose de manera dramática hasta que a los 17 años me rajé de casa para nunca más volver.

Gabriel y Hernán Bermejo, 1978.

Cuando yo tenía siete años y Hernán seis, mi viejo nos enseñó el abc del boxeo. Cómo pararnos o poner las manos y otras nociones básicas. Tengo fotos de cuando era un piojito en las que estoy en pose de boxeador o guanteando con Hernán; es un deporte que siempre estuvo presente en mi vida. Si algún pibito buscaba roña en la escuela, yo directamente me ponía en guardia y lo trompeaba; nunca empujaba o manoteaba al otro, estilo lucha. Eso era considerado de puto, de acuerdo con la cátedra de mi papá. Tampoco lanzaba patadas, solamente piñas; como sabía impactar y era fuerte, los golpes lastimaban. Mi hermano hacía lo mismo. En una época se armaban trifulcas a la salida de la Escuela 22, en la plaza que está en la esquina, abajo de un ombú; los que querían pelear se ponían de acuerdo, tiraban los útiles en la gramilla, se daban con todo y la cosa terminaba ahí. Recuerdo que una vez Hernán, cuando estaba en quinto grado, enfrentó a uno que iba a séptimo; nos arrimamos varios a mirar; mi hermano me dijo vos no te metas y le dio para que tenga. Mi hermano de pendejo era flaquito y se movía rápido. Cuando creció y desarrolló la masa muscular, trabajando como patovica lo vi sacar del boliche a tipos grandes metiéndoles piñas en el cuerpo; en una oportunidad lo ayudé un poco porque lo enfrentaron varios.

En 1993, a los 21 años, hice la primera pelea de boxeo de mi vida, que gané. Se llevó a cabo en el Club Comunicaciones de mi pueblo. El rival fue José Medina, un pibe un poco más joven que yo originario de la ciudad de Arrecifes, a 50 kilómetros. Elbio González, un colega, me prestó el pantalón y las botitas, porque yo no tenía; él hacía el combate principal; le devolví la indumentaria toda transpirada; una bronca tenía el pobre Elbio… Con los años me comentaron que Medina murió, creo que en la cárcel, penosamente. Hace poco estuve en Arrecifes y de casualidad hablé con un hermano. Mi contrincante inaugural poseía un físico privilegiado; era largo de brazos y alto como Hernán; difícil, incómodo para enfrentarlo; además tenía experiencia, unas cuantas peleas de trayectoria; pero lo sorprendí con mi repertorio improvisado, lo recagué a trompadas y le rompí la nariz. Aquel desafío fue solo para probar; recién a los 25, cuando me fui definitivamente a la Capital Federal, tomé la decisión de apostar el todo por el todo al arte de los puños.

Gabriel y Hernán Bermejo, 1977.

El que me entrenó para el debut fue Raúl Pérez, apodado Nico, un boxeador mendocino radicado en Pergamino que falleció hace tiempo. Le decían Nico porque emulaba la estrategia defensiva del gran Nicolino Locche, originario de su misma tierra; era muy difícil pegarle a Pérez; competía en los pesos menores. El vínculo con él fluyó de la mejor manera, al punto de que me consiguió la pelea, hasta que me enteré de que me había estafado al gestionar mi licencia de amateur, porque me había pedido plata y me explicaron que era un trámite gratuito. Me recontra calenté con Nico, lo mandé a la mierda y el día anterior a la batalla me fui a otro gimnasio, donde el entrenador era el Negro Argüello, un expugilista devenido policía que además ejercía como árbitro de boxeo. Uno de los personajes más corruptos que ha conocido Pergamino. Por suerte, Argüello acepto acompañarme en el rincón y con su respaldo pude subir al cuadrilátero.

Canción de Gabriel Bermejo para su hermano Hernán.

La pelea duró tres rounds de dos minutos por uno de descanso, lo habitual en un debut amateur. Me impuse con contundencia; fui al frente de forma constante; apuré a mi rival para acortar la distancia e impactar a alguien más largo. Con la algarabía del triunfo me olvidé de pasar por la caja a cobrar el premio, una suma de dinero en efectivo. Cuando más tarde fui a preguntar me dijeron que Argüello había agarrado la plata; fui a verlo al gimnasio y me contestó que había tenido que gastarla porque su viejita estaba enferma; cuando me puse firme me prometió que me la iba a devolver a los pocos días. Así empezó a bicicletearme; la siguiente oportunidad me pidió que volviera la otra semana; después la otra; a continuación, se escondía, nunca lo encontraba. Decidí ir a la casa, donde tampoco me atendía; la última vez que le toqué el timbre sin resultado entré y manoteé la ropa que encontré: camisas, remeras, pantalones, calzados; salí a caminar el barrio y se la regalé a los vecinos. Desde entonces nunca más lo vi, hasta que años después, boxeando como profesional, me tocó de árbitro. En cuanto me lo topé le dije Argüello, vos me robaste, ladrón, delincuente; me puso cara de pobrecito y me contestó que en aquella época andaba seco.

Hernán Bermejo y su perro Toby, 1990.

De niño, Hernán era un pibe callado al que no le gustaba hacerse ver. Lo contrario de mí, que desde que me acuerdo cuando llego a cualquier lado me encargo de que todos sepan que estoy. Mi hermano se quedaba atrás sin decir nada. Jugó al fútbol y bastante bien, de número cinco, centrocampista; era un estratega y distribuidor del juego, repartía la pelota. Le decían Negro, porque era morocho. En la adolescencia se enganchó con las pesas; se exigía y consumía proteínas; mucha carne; tomaba un sachet de leche como si fuera un vaso de chocolatada. Se fue poniendo groso. Entrenaba con Daniel Crocioni, alias el Indio, un muchacho de más edad, y se hicieron amigos; empezaron a trabajar juntos como patovicas en locales nocturnos, hasta que se distanciaron; nunca supe exactamente por qué y me da lo mismo. Crocioni era un garca de primera; quizás le debía plata a mi hermano o tal vez había celos. Hernán se destacaba, era el más fuerte de Pergamino, y sospecho que eso al otro le daba bronca. La cuestión es que mi hermano se abrió y empezó a laburar solo. Así surgió la pica.

En septiembre de 1998, Hernán estaba cuidando la puerta de un boliche. De pronto llegó Crocioni como cliente y generó un tumulto desquiciado. Mi hermano trató de apaciguarlo, pero comprobó que hablar era inútil y lo sacó afuera. Como el otro seguía jodiendo, le metió varias piñas, lo volteó y finalmente el Indio se tuvo que ir. A raíz de esto, en el pueblo corrió a toda velocidad la bolilla de que el Negro Bermejo le había parado el carro al Indio Crocioni. Días después, según me contó mi hermano, se cruzaron y el otro le dijo mirá, me sacaste un diente y todo porque yo estaba en pedo. Pero seguro mentía, había sido un incidente premeditado. Crocioni iba a las discotecas a hacer quilombo para que después lo contrataran a él en la seguridad. Además, apretaba gente, bien estilo hijo de puta y mafioso. En cambio, mi hermano era un ciudadano común que en la semana laburaba como repartidor en una pescadería. En ese contexto, varios forros que rodeaban a ambos echaron a rodar la idea de una revancha con la posibilidad de hacer apuestas. Para convencer a Hernán le dijeron que seguro ganaba y con lo recaudado podría cambiar la moto. Cuando hablaron los dos adversarios, Crocioni dijo que prefería una pelea en un lugar cerrado. Donde quieras, le contestó mi hermano. De inmediato, la noticia se convirtió en el chisme del momento y empezó la timba.

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Hernán tenía 25 años y Crocioni 30. El Indio físicamente es de mi altura, aunque quizás en esa época estaba un poco más ancho o inflado, porque tomaba anabólicos. Los esteroides anabólicos son versiones sintéticas o artificiales de testosterona, la principal hormona sexual de los varones. Mi hermano lo superaba tanto en tamaño como en capacidad de lucha; Hernán en el pueblo carecía de rivales; la única manera de que alguien lo venciera era haciendo trampa o disparándole un balazo; como hará Crocioni, fiel a su filosofía. Todo Pergamino sabía que se drogaba y vendía falopa; además era prestamista, apretaba gente y qué se yo cuántas patrañas más. Como tenía contactos clandestinos, ante cualquier conflicto con la ley, zafaba.

El escenario acordado fue un gimnasio propiedad del Indio, en pleno centro, al que se accedía por una cochera. El edificio tiene una entrada, el playón de estacionamiento y una escalera que lleva a la palestra, donde había una barra mesada atendida por el dueño, un sector de pesas, una tabla de ping pong, varias bicicletas fijas y un espacio abierto para realizar aerobics u otras prácticas. Aquella noche, Hernán llegó acompañado por tres amigos: el Zurdo Ceballos, otro muchacho apodado el Ruso y un tal Tortonessi; dejaron pasar solo a los dos primeros. Adentro los esperaban el anfitrión y dos cómplices, uno de los cuales se llama Sandro, alias Sandrito, y estaba de incógnito, escondido. Los nombrados eran los únicos presentes; fuera de ellos, el ateneo se encontraba vacío.

Roberto Daniel Crocioni fotografiado por la Policía.

Los dos contendientes se saludaron y se dirigieron al sector de aerobics. Mi hermano se sacó la remera y sin demasiados protocolos se enfrentaron. Como había sucedido la vez anterior, en un momento Crocioni cayó; Hernán le dijo levantate, en el suelo no te voy a pegar; el otro corrió a un costado y de manera abrupta y misteriosa esgrimió una pistola nueve milímetros; tal vez el arma estaba debajo de un banco de hacer pesas o quizás se la arrojó el mencionado Sandrito. Era un caño propiedad del Indio, como los que usa la Policía. Les apuntó a los amigos de mi hermano, que huyeron despavoridos, bajaron por la escalera y cuando abrieron la puerta de calle encontraron una multitud de curiosos. Estos, sin darles tiempo a explicar la situación, se metieron como una horda. Según contarán, sorprendieron a Crocioni con un disco de hierro en la mano golpeando Hernán, que permanecía tirado con la cabeza ensangrentada. El Indio dejó la pesa, agarró la pistola y amenazó a los recién llegados, que presa del pánico volvieron sobre sus pasos. Crocioni los persiguió como un poseído hasta la calle, lo que provocó una estampida. El asesino regresó al inmueble y minutos después salió al volante de su auto descapotable revoleando la remera de mi hermano acompañado por sus secuaces.

El Zurdo Ceballos, el Ruso y Tortonessi se metieron al edificio y encontraron a Hernán agonizante, con el rostro y la cabeza desfigurados, sangrando por la nariz y los oídos. Escucharon las sirenas de la ambulancia y la Policía, que cercó la zona y comenzó las pericias de una de las investigaciones más estremecedoras de la historia criminal del pueblo. Según reconstruyeron los detectives, luego de provocar la fuga de los dos amigos de Hernán, el asesino disparó varias veces al aire y le ordenó a la víctima que se arrodillara. Mi hermano, sin dejarse amedrentar, se habría abalanzado sobre Crocioni, que gatilló cuando mi hermano se encontraba a un metro de distancia. El proyectil rozó un oído de Hernán, que quedó desvanecido.

Canción de Gabriel Bermejo para su hermano Hernán.

Crocioni tenía borcegos de punta de acero con los que pateó la cara de Hernán. A continuación, dejó el arma a un lado, manoteó el disco, de un kilo, y le dio en la cabeza. Como consecuencia, al agresor se le quebró un dedo y la víctima sufrió múltiple traumatismo de cráneo con daño en la masa encefálica. Tras escapar en el automóvil, Crocioni se hizo ver en una fiesta de cumpleaños, en la que lució alegre y dicharachero, y luego siguió camino hacia una casa quinta de las afueras. La Policía emitió una orden de captura con instrucciones de disparar, tomando en cuenta que el prófugo iba armado. Horas más tarde, el indio se comunicó telefónicamente con algunos uniformados amigos y se entregó.

El crimen ocurrió el 18 de septiembre de 1998 a las once de la noche. Mi relato se basa en el testimonio directo de los testigos y en el expediente judicial. A las doce, más o menos, un amigo de Hernán tocó el timbre de la casa de mi viejo y le dio la peor noticia que podía escuchar. En simultáneo, me telefonearon a mí, que dormía en mi domicilio de entonces, en Ciudadela, partido de Tres de Febrero. Fue el comienzo de una pesadilla que continúa hasta el presente. Nunca nos recuperaremos de semejante horror, que provocó un quiebre en la vida nocturna y la gestión de la seguridad locales, y demostró hasta dónde pueden llegar la brutalidad y la insensatez humanas. El asesino y sus secuaces actuaron movidos por la envidia, el egoísmo y el qué dirán; además, en la previa del duelo, muchos se dedicaron a llenarles la cabeza a los contendientes para provocar un disparate. Cosa de mandinga.

Gabriel, Martín y Hernán Bermejo, 1979.

El juicio se hizo en 1999 y fue el primero televisado en los Tribunales de Pergamino. Yo tuve que ausentarme. Crocioni, único en el banquillo, contrató abogados de San Nicolás, localidad situada a 80 kilómetros, que se movían con custodia personal; eso da una pista de lo pesados que eran; los profesionales de esa calaña arreglan con quien sea y salvan a su cliente aunque haya cometido la peor aberración del mundo; cobran cifras siderales, por lo que hay que tener plata para pagarles. La querella, en representación de mis padres, pidió cadena perpetua porque consideró numerosos agravantes, como que el asesino actuó con alevosía, armado y en banda contra una víctima indefensa. Sin embargo, los jueces dictaron 16 años de prisión por homicidio simple. Para mi familia, el juicio fue traumático; durante las audiencias, Crocioni actuaba como la estrella de un reality show; se presentaba con actitud fanfarrona y vestido para lucirse, con camisas planchaditas y de marca. En su testimonio ante los magistrados, sugirió que Hernán buscó su propia muerte influido por personas malintencionadas que le llenaron la cabeza.

El convicto fue alojado en la cárcel de San Nicolás. Los cómplices después también serán condenados y apresados, aunque por otros hechos. En 2001, el Tribunal de Casación Penal provincial redujo la pena de Crocioni a nueve años. En 2003, la Cámara de Apelaciones y Garantías de San Nicolás le otorgó el beneficio de la excarcelación. Pero la Suprema Corte bonaerense anuló el fallo de Casación y una nueva sala de este tribunal confirmó en 2006 la condena de primera instancia, por lo que revocó la libertad anticipada. Mientras la defensa presentaba recursos de queja, que llegaron hasta la Corte Suprema de la Nación y fueron rechazados, el Indio se fugó y su rastro se esfumará durante cuatro años.

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«Oculto de la Justicia: Crocioni habla por primera vez», tituló el semanario El Tiempo de Pergamino el 1° de marzo de 2010. «Lo buscan la Justicia y la Policía», explica la volanta. «Desde la clandestinidad, el autor material del homicidio de Hernán Bermejo hizo llegar, a través de interpósitas personas, una carta en la que expresa lo que vive en sus días de prófugo. Crocioni posee una orden de captura librada por el Tribunal en lo Criminal 1 de nuestra ciudad, ya que la Suprema Corte de Justicia de la Nación dejó firme la condena a 16 años de prisión. Debe volver a una unidad penal de Junín. Este medio conoce esta situación objetiva y coincide en que se debe cumplir con esta medida, pero también EL TIEMPO le concede la posibilidad a este ciudadano de comunicarse con los pergaminenses a través de nuestras páginas.»

Hernán Bermejo y su moto Honda CBR600RR, 1996.

«Mi nombre es Daniel Crocioni y quiero, después de once años [de la condena], comunicarme por primera vez con la sociedad de Pergamino. Me dijeron: La vida te da siempre una segunda oportunidad, está en nosotros escribirla sin los errores del pasado. La ley se respeta, la justicia mal aplicada o tardía se convierte en la peor de las injusticias. Si quien purgó una condena, privado de la libertad y espera con desesperación rehacer su vida y cuando está volviendo a empezar con sus seres queridos, familia, amigos, hijos, trabajando sin pedir un plan social, produciendo oportunidades que nadie me dio, discriminado por haber estado preso, todo es el doble de esfuerzo; sin lugar a dudas es un castigo extra. Tanto tiempo encerrado, esperando que el infierno se termine y por un error del abogado, porque administrativamente no cerró la causa, eso es lo que pasó, ningún diario lo explicó, ningún medio informó la verdad. Mi condena fue cumplida y después de seis años en libertad, por mala praxis de quien debía defenderme, al presentar mal la apelación, ahora piden mi captura. Yo que en seis años reconstruí mi vida y no cometí ningún delito, tenga que ir preso por cuatro años más por un error del abogado que pagué para que me defendiera. Quiero saber si es justo. Ahora me están acechando hace diez días en Mar del Plata. El Tribunal Criminal comisionó a la DDI de Pergamino a buscarme. ¡Qué notable! Aquí en Mar del Plata ofrecieron cincuenta mil pesos a aquel que me capturara, informaron peligrosidad y si tenían que disparar que lo hicieran. Mi fuente es muy fiable. Cuando fueron de sorpresa a mi domicilio tenían la misma orden, ¿Es justo que me ponga pena de muerte? ¿Fue justo que en el juicio no quedaran implicados los organizadores de la pelea?, o ¿los que apostaron para que la misma se realizara?, ¿sabe la gente que quién fue uno de los organizadores y quien levantó las apuestas es familiar directo del fiscal de la causa en ese momento? No sé cuánto tiempo podré seguir, estoy bien asesorado, cuidado por amigos; sí, amigos hasta de las fuerzas, quienes como tienen otros valores me dan lo que pueden para ayudarme. Nadie puede entender esta situación y que quieran silenciarme, porque hay mucho que no dije ¿Quién grita conmigo ¡basta de injusticia!? ¿los políticos de nuestra ciudad? Yo voté ¿dónde están los defensores del pueblo, diputados, senadores, derechos humanos? ¿hay que ser un desaparecido para que te amparen los derechos humanos, o hay que estar muerto? Estoy vivo y grito, y lucho ¡Qué solo se está cuando te va mal! ¿No me quedan amigos? Daniel Crocioni. DNI 20.017.193.»

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«El Ministerio de Justicia y Seguridad de la Provincia de Buenos Aires ofrece públicamente recompensa», anunció el Boletín Informativo de esa cartera el 26 de julio de 2010, «en la cantidad de pesos diez mil ($ 10.000) a pesos setenta mil ($ 70.000) a las personas que aporten información fehaciente que permita lograr la localización y detención de ROBERTO DANIEL CROCIONI, argentino, apodado el Indio, DNI 20.017.193, dueño de un gimnasio y gestor, nacido en Pergamino el 11 de abril de 1968, hijo de Roberto Juan y de Josefina Velasco, con domicilio denunciado ante el Patronato de Liberados Bonaerense, Delegación Pergamino, en calle Anolles 357 de Pergamino. La orden de captura fue dictada al ser condenado como autor del homicidio de HÉCTOR HERNÁN BERMEJO», concluye el aviso. «Dr. RICARDO CASAL», firma. «Ministro de Justicia y Seguridad de la Provincia de Buenos Aires.»

Gabriel, Hernán y Martín Bermejo con sus perros Cartucho y Paloma, 1979.

«Detuvieron a uno de los asesinos más buscados de la Argentina», informó la agencia Télam el 6 de diciembre de 2010. «Se trata del guardaespaldas Roberto Daniel Crocioni, quien en 1998 mató en una pelea a un joven de 25 años en Pergamino. Se había ofrecido una fuerte recompensa pública por su captura», explica la bajada. «La Policía detuvo a un hombre que era intensamente buscado por la Justicia, quien era uno de los asesinos más buscados en el ámbito de la provincia de Buenos Aires. La detención se concretó en la ciudad de Mar del Plata por personal de la DDI de Pergamino, y el individuo fue identificado como Roberto Daniel Crocioni, apodado el Indio, de 42 años. El detenido figura como uno de los prófugos más buscados en la página web del Ministerio de Justicia y Seguridad de la Provincia de Buenos Aires. Por la captura del hombre arrestado se ofrecía una recompensa pública de entre 10 mil a 70 mil pesos. Crocioni fue declarado culpable de un crimen, ocurrido en el partido de Pergamino el día 18 de septiembre del año 1998. En aquella oportunidad mantuvo una pelea con un hombre llamado Hernán Bermejo de 25 años en el interior de un gimnasio que era propiedad del homicida sito en las calles Pueyrredón y San Nicolás de Pergamino.»

Hernán, Martín y Gabriel Bermejo, 1979.

«Cayó prófugo buscado por un crimen de 1998», caratuló el Diario Popular, emblema de la prensa argentina. «Un prófugo condenado por el homicidio de un joven cometido en 1998 en la ciudad bonaerense de Pergamino y por el que se ofreció una recompensa de entre 10.000 y 70.000 pesos fue detenido ayer en Mar del Plata, informaron fuentes policiales. Se trata de Roberto Daniel Crocioni, de 42 años, alias el Indio, quien fue apresado cerca de las 14.30, cuando transitaba en un Toyota Corolla por la zona marplatense de Punta Iglesias. Fuentes policiales informaron que la captura fue concretada por personal de la Delegación Departamental de Investigaciones (DDI) Pergamino, que buscaba Crocioni en Mar del Plata desde el verano. Los detectives siguieron la pista de los entrecruzamientos de llamadas telefónicas hasta que lo localizaron en un auto y con un DNI falso, dijeron los informantes. Crocioni quedó preso a disposición de la Justicia Federal de Mar del Plata por el documento apócrifo y luego de comparecer en esa causa será trasladado a Pergamino, donde debe terminar de cumplir la condena.»

Hernán Bermejo en un montaje realizado por su hermano Gabriel.

«Detuvieron a Daniel Crocioni, prófugo desde el 2006 por el crimen de Hernán Bermejo», rotuló La Noticia 1, página bonaerense. «Estaba en Mar del Plata trabajando como custodio con otra identidad. El verano pasado habría sido incluso seguridad de Ricardo Fort», relata. «Detuvieron a Daniel Crocioni, prófugo desde el 2006. La Dirección de Investigaciones de la Departamental Pergamino de Policía venía siguiendo el rastro telefónico de Crocioni por la costa bonaerense. El jefe de la Dirección, comisario inspector Sergio Aleani, señaló que la detención se produjo en plena vía pública cuando conducía un automóvil y que no opuso resistencia. Quedó alojado en la alcaldía de la Comisaría Cuarta de Mar del Plata.»

«Detuvieron a excustodio de Fort por un asesinato», destacó Primicias Ya, página dedicada a la farándula. «Roberto Daniel Crocioni en 1998 mató en una pelea a un joven de 25 años en Pergamino. Se había ofrecido una fuerte recompensa pública por su captura. En algún momento fue custodio personal de Ricardo Fort», completa la bajada. «Personal de la DDI de Pergamino, tras investigaciones para dar con un prófugo de la Justicia, detuvo este lunes en la ciudad de Mar del Plata al guardaespaldas Roberto Daniel Crocioni, apodado el Indio, de 42 años», cuenta el desarrollo de la crónica. «Se vincula a Crocioni con Ricardo Fort, el jurado de ShowMatch [el programa televisivo de Marcelo Tinelli], indicando que en un momento quien mató al joven Bermejo fue custodio del heredero de la tradicional chocolatería [Felfort].»

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Una semana antes del homicidio, yo estuve de visita en Pergamino y Hernán me llevó en moto a la terminal para tomar el colectivo. Tenía una Honda CBR600RR, perfil deportivo. CBR significa Cross Beam Racer, corredor de vigas transversales, que alude a la disposición del motor; 600 indica la cilindrada; RR se traduce Racing Replica, copia de competición. Durante mi período anterior en el pueblo, previo emigrar a Ciudadela, como Pergamino carcecía de gimnasios aceptables, yo viajaba con frecuencia a Rojas, distante 40 kilómetros, donde entrenaba con el maestro Hernán Molina, cuyo ateneo tenía unas cuantas bolsas y un ring excelente. Mi hermano me llevó varias veces; él también deseaba boxear, pero nunca se decidió. Cuando agarraba envión en la Ruta 188, la que cubre ese tramo, me decía agarrate, agachate y tirate contra mi espalda, porque vamos a volar; ponía la moto a 180 km/h y llegábamos en unos minutos. A veces le comentaba che, loco, si se te revienta una goma, se cruza una liebre, hay un bache o pasa cualquier cosa, nos matamos; él todas las veces, con gesto despreocupado, me contestaba más o menos lo mismo: cuál es el problema si nos morimos, hacemos pum y no sentimos más nada. Otra peculiaridad de Hernán es que rara vez contaba algo personal. Era súper reservado. Tal vez estaba saliendo con la mejor mina de Pergamino y no decía una palabra, ni siquiera a los íntimos. Uno se enteraba después a través de otras personas y le preguntaba che, por qué no me contaste; su reacción era quitarle importancia al asunto.

Cuando una semana antes del asesinato bajamos de la moto en la terminal de repente me dijo voy a tener una peleíta; le pregunté qué pelea; me respondió con el Indio Crocioni; le aconsejé tené cuidado, porque ya lo denigraste y no va a ir así nomás; me contestó no pasa nada, qué me puede hacer; le repliqué encima de que lo recagaste a trompadas delante de la chusma, lo tiraste al piso y perdió un diente; tenés que ser cauto. Mi hermano estaba tranquilo porque sabía que era superior, lo había comprobado en el primer enfrentamiento. Yo sentía lo mismo después de la batalla con Bruer en Pergamino, cuando lo reventé a piñas; nunca imaginé la trampa que me esperaba en la revancha, que me costó el título. A Hernán le ocurrió algo similar, con la diferencia de que lo pagó con la vida. Hay un paralelismo sorprendente; a ambos nos llevaron a un terreno extraño, estaba todo fríamente calculado, la víctima ignoraba la jugarreta y no había escapatoria; en cierta forma, la suerte estaba echada. Respecto de los que estuvieron con mi hermano aquella noche, el Zurdo Ceballos y Tortonessi quedaron profundamente afectados y murieron relativamente jóvenes, casualidad o causalidad. Crocioni actualmente está libre y anda por las calles de Pergamino. O sea que en cualquier momento me lo puedo cruzar. Hasta ahora nunca sucedió; quizás el destino o Dios o mi hermano no lo han permitido. Por suerte, mejor así, prefiero jamás tenerlo delante.