Hasta quién sabe dónde (episodio 3)

1°/10/2025

por Lucio Casarini

Ricardo Gabriel Bermejo es luchador, mago y poeta. Nacido en la ciudad bonaerense de Pergamino, se considera habitante del mundo. Entre infinidad de peripecias, algunas sorprendentes, conoció la gloria como héroe olvidado del atletismo y campeón de boxeo sin corona. Este relato por entregas recoge su testimonio.

Mi vínculo con la magia se remonta a fines de 2005; puntualmente, una tarde en que iba caminando distraído por la peatonal Florida en el centro porteño. De repente vi a un vendedor callejero que hacía aparecer y desaparecer un pañuelito rojo; quedé cautivado preguntándome cómo lo lograba; estuve un rato largo, como una hora mirándolo sin poder desentrañar el truco. Nunca supe quién era ese talento anónimo. Tenía tres o cuatro juegos en oferta; uno con cartas; le pedía al público que eligiera una del mazo y el sin mirar la adivinaba. Me quedé enganchado sobre todo con el trapo que se esfumaba y resurgía en su mano. Me acerqué a charlar. Como andaba corto de plata, no pude comprar el artilugio y pedirle que me revelara el enigma; pero hizo algo más importante, me orientó; me contó que hay escuelas de magia, hay libros, hay videos; me despertó el interés, la inquietud por saber.

En ese tiempo, yo trabajaba en un puesto de diarios en Suipacha y Diagonal Norte, y vivía en la localidad de Sarandí. Tenía un Renault 9 azul con el que me movía. Al terminar la jornada laboral cruzaba manejando el Puente Pueyrredón hacia la provincia; en el descenso había un Bingo, después una curvita que agarraba la calle Maipú y en el número 80 una pequeña vidriera con un cartel que decía Pockers – Clases de magia, a unos 300 metros del Riachuelo. Un día me detuve, me acerqué y me contaron que daban clases todos los martes; el instructor era un tal Pablo Cabaleiro. Cuando empecé a participar, sentí que había encontrado un cable a tierra; la rutina consistía en la exposición de dos trucos y la propuesta de ensayarlos con los elementos necesarios. Estaba genial, había cierta variedad de juegos y también de alumnos, sin distinción de edades; en mi grupo una señora mayor, un chico de unos diez años, otro muchacho de mi edad y un hombre jubilado. La pasaba bárbaro, me entretenía y el método pedagógico era eficaz. Cuando incorporábamos la técnica, estábamos invitados a agregar o cambiar lo que quisiéramos; la clase siguiente cada uno mostraba su versión; yo me pasaba toda la semana practicando, improvisando, creando; me sentí atrapado por el asunto.

Diseño de marca de Gabriel el Mágico, alias de la voz del testimonio.

Mientras tanto, seguía trabajando en el puesto de diarios, lo que me impulsó a mostrarles los trucos a los clientes. La gente venía con sus mambos, sus preocupaciones y yo la descolocaba, la sorprendía; le decía mirá qué tengo; por ejemplo, una cajita de fósforos que se abría y de la que extraía un banderín u otro objeto; así le robaba una sonrisa. Como usaba el baño de un restaurante que había en la esquina, charlaba con el dueño y también le enseñaba todo; el hombre se entusiasmó, cada semana esperaba la nueva función; para chicanearme, me decía en chiste que me faltaba mucho y que él tenía un sobrino que era mago internacional.

Cabaleiro en ese momento era desconocido. Años después, en 2009, se hará popular en la televisión como el Mago sin Dientes a raíz de una anécdota con Ricky Maravilla, el cantautor de música tropical, que le metió un cachetazo tras una joda durante el programa Pasión de Sábado. Se supone, según Pablo, que durante el altercado perdió un diente y tuvo que realizarse un implante; pero salió ganando porque gracias al episodio obtuvo visibilidad y más tarde llegó a integrar el plantel de ShowMatch, conducido por Marcelo Tinelli.

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El rol de Cabaleiro en Pasión de Sábado era una cámara oculta, algo bizarro; siempre tomaban a alguien para la chacota. A Ricky le propusieron meter la cabeza y las manos en un cepo, donde lo dejaron inmovilizado un rato largo y se recontra calentó; cuando lo liberaron le tiró el manotazo. Así llegó la celebridad de mi primer maestro. Él estaba contento, decía ahora me conoce todo el mundo; pero en realidad fue todo una pavada; además, quién le pegó, un tipo inofensivo. A mí me daría vergüenza una cosa así; me escondería, me iría a vivir a otro país. Mi opinión es que un artista tiene que destacarse por su técnica o habilidad específica, no por hacer cualquier tontería para convertirse en un mero personaje.

El cepo consiste en dos maderos que al juntarse paralizan a un individuo, se considera un elemento de tortura. A mí esa clase de espectáculo me disgusta, me parece terrorífico. Igual que los números que usan la guillotina o elementos similares, otro horror; he visto que algunos para ensayar cortan una manzana y después simulan lo mismo con una persona, cualquier parte del cuerpo. Creo que semejantes situaciones generan angustia en el público, cuando el objetivo del oficio es transmitir alegría, sobre todo en presencia de niños. Más tarde, Pablo empezó a animar mitines políticos del Pro, el partido de Mauricio Macri, cuando este fue electo presidente en 2019; otra decisión polémica. Por entonces, el local de Avellaneda quedó a cargo del ayudante, el Mago Ariel, un muchacho bárbaro.

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Cuando llegaron las vacaciones de verano, a fines de 2006, la escuela Pockers cerró porque Cabaleiro en esa época del año se iba a hacer la temporada a Mar del Plata y permanecía varios meses. Para mí era insoportable parar tanto tiempo y me vi obligado a rebuscarme de manera autodidacta; empecé a leer libros y a explorar el circuito. Además, un día le pregunté al propietario del restaurante si el sobrino mago existía de verdad. No solo existía, resultó ser Hernán Maccagno, un tremendo ilusionista que, efectivamente, ha realizado giras por muchos países y es autor de una colección de libros. Un título es Cartas desde el aire, otro Varita loca, otro Monedas chinas y cinta; tiene un montón. Lo contacté y en seguida empecé a tomar clases particulares con él, que me abrió un horizonte mayor; amplió y profundizó mi espectro. Su método también se basa en la creatividad. Por ejemplo, podíamos trabajar con monedas; experimentar cómo hacerlas surgir o desvanecerse en la mano, un vaso, una mesa o donde sea. Con Hernán nos hicimos amigos, cada tanto lo veo; casualmente, vive a cuadras de mi actual domicilio, en el barrio de Almagro.

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Siempre digo que gracias a aquel vendedor callejero ignoto, a Pablo Cabaleiro y a Hernán Maccagno arde en mi interior este fuego sagrado que es la pasión por la magia. Terreno con una infinidad de maestros, algunos famosos y otros desconocidos. A la sombra de estrellas de nivel mundial, existen verdaderos genios ocultos, que prácticamente nadie recuerda y que han inventado o reelaborado trucos brillantes con la finalidad exclusiva de transmitir emociones. De eso se trata mi disciplina, también llamada ilusionismo; consiste en generar una fantasía o ilusión; la moneda que se evapora, la pelotita que pasa de una mano a la otra, el elemento, el conejo o la paloma que salen de una galera.

Gabriel el Mágico.

«El arte es una mentira y mentir es un arte», afirmaba René Lavand, prócer de la magia en nuestro país. «No se puede hacer más lento», era su latiguillo mientras ejercía trucos que reiteraba hasta el cansancio ante la admiración del público. Héctor René Lavandera, tal su identidad real, usaba solo la mano izquierda, pues era manco; había perdido la otra en la infancia, a los nueve años, durante un siniestro vehicular. Obvio que el público comprende lo que él decía y quiere que lo engañen; como si pidiera mentime, que me gusta. Eso supone una conexión o complicidad con el observador. Por ende, recomiendo desconfiar de la modalidad que se ve en la televisión; en general, una variante berreta, explosiva y marketinera. Cada segmento de la pantalla chica dura pocos minutos y mi arte necesita desenvolverse con lentitud para generar un clima. Además, exige concentración de parte del espectador y solo un público reducido se prende. Es raro que mi oficio llene estadios al estilo de los deportes masivos o los grandes ídolos de la música. A pesar de su trascendencia infinita. Cada truco porta una historia que puede remontarse miles de años. También una proyección que nunca se detiene; cada vez que un artista lo incorpore, le dará su toque. El ámbito de la invención es dinámico. Sucede con las tecnologías; la radio primitiva, de hace un siglo, era un cachivache inmenso, un mueble de la casa; ahora hay dispositivos que transmiten con mayor fidelidad y tienen el tamaño de un dedo.

René Lavand, apodo de Héctor René Lavandera.

La magia argentina despegó a partir de Fu Manchú, seudónimo de David Tobías Bamberg, artista nacido en Derby, Inglaterra, y muerto en 1974 en Buenos Aires. En sus últimos años creó una recordada escuela acá, después de décadas actuando de forma itinerante en toda América y Europa. En Estados Unidos, cuando era niño, decía él, había conocido a Harry Houdini, el famoso escapista. En México fue astro del cine, filmó seis películas. Era el rostro de la séptima generación de la dinastía Bamberg, familia de magos iniciada en Holanda. Nació de Tobías Leendert Bamberg, alias Okito, y su compañera Lillian Poole. El Dr. Fu Manchú, personaje de ficción de Sax Rohmer, escritor británico de novelas de misterio, inspiró el apodo, a pesar de los contrastes. El Dr. es un supervillano chino, enemigo de la civilización occidental y la raza blanca, que brilló en el cine, la televisión y la historieta.

David Tobías Bamberg, el célebre Fu Manchú.

Fu Manchú levantó el nivel de nuestro oficio en el país, puso la vara bastante alta e impulsó una tradición continuada por profesionales como René Lavand, fallecido en 2015. En la actualidad, se destacan Hernán Maccagno, Marcel Ilusionista (su nombre es Marcelo Eliseo Manni) o Adrián Guerra, de un sinfín de colegas. Cada uno con su estilo particular dentro de una disciplina versátil que en sentido cultural posee distintas de ramas. Yo pertenezco a la más común y extendida, cuyos materiales son el agua, el fuego, la tierra y el aire. Sin embargo, el ser humano desde tiempos remotos ha practicado otras vertientes, algunas controvertidas, que pueden llamarse de sanación (una especie de complemento de la medicina), de encantamiento (prestidigitación), nigromancia (control de la muerte), chamanismo (conexión con espíritus), alquimia (manipulación de la materia), magia rúnica (uso de símbolos), sin excluir otras. Jasper Bamberg, el iniciador en 1700 y pico de la dinastía a la que perteneció Fu Manchú, se presentaba como brujo y alquimista, y entre otras habilidades se jactaba de materializar muertos.

Menciono estos nombres y conceptos solo para contextualizar, cada mago elabora un universo propio. Mi repertorio abarca una enorme variedad de técnicas y objetos; uno va tomando juegos, algunos tradicionales, y los va recreando. Por ejemplo, de mis comienzos recuerdo uno que practicaba con cartas; la gente elegía una y yo la hacía aparecer dentro de un globo; al idear el truco le puse mi onda, fabriqué artesanalmente unos naipes con imágenes de boxeadores. En paralelo, considero crítico mantener intacta la capacidad de asombro, al punto de situarme del otro lado y disfrutar observando el show de un colega; en ese momento soy un espectador más, me olvido de mi aptitud; posteriormente recién tal vez medito la posibilidad de incorporar el número.

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Después de que me robaron la pelea por el título en Trenque Lauquen, a fines de 2005, hice una pausa para decidir cómo continuar. Estaba muy enojado con el ambiente del boxeo. Me llamaron varias personas importantes para retomar, incluso Mario Margossián, el gestor de Bruer, y prácticamente lo mandé a la mierda; fue uno de los responsables principales del escándalo. El único sancionado fui yo por bajar del ring, cuando en realidad soy el perjudicado y nadie tomó medidas contra el organizador, el club o los miembros de la barra brava. Así funciona la Federación Argentina de Boxeo. También estaba resentido con Martinetti Internacional, que no me defendió como me tenía que defender. Mientras meditaba cómo seguir, decidí frecuentar otro gimnasio. En el interín, me topé con el vendedor sin nombre en la peatonal Florida y gracias a ese encuentro fortuito y providencial logré abstraerme del boxeo profesional, al que nunca volví. La magia me sirvió para suspender mi mente y canalizar mi energía hacia un objetivo nuevo.

Gabriel durante su programa de TV.

Mi experiencia como pugilista fue decepcionante en el aspecto institucional; entre quienes manejan el deporte hay seres siniestros. Algunos comparan la Federación con un sindicato en el que los capos constituyen mafiosos que se llenan de dinero a costa de la masa de trabajadores. Los boxeadores somos obreros del ring, nos sacrificamos y recibimos los golpes a cambio de unos pocos pesos. Me pueden decir que en todos lados pasa lo mismo; otro ámbito parecido es la política. Sin embargo, creo que en la Federación es demasiado alevoso, los dirigentes y los promotores se llevan casi toda la torta.

Gabriel con su esposa Cristina durante el programa de TV.

El puesto de diarios en el que laburaba todavía existe, queda en Suipacha y Diagonal Norte. Yo estaba de lunes a viernes, abría a las cuatro y media de la mañana; la primera tarea era armar y hacer el reparto para las oficinas de la zona, que representaban, por lejos, el volumen más considerable de ventas; a eso se agregaba lo que compraban los transeúntes y otros clientes ocasionales. Un rebusque ideal para mí, tomando en cuenta que siempre me gustó madrugar. Una desventaja es que en verano el empleado se muere de calor adentro del kiosco, la clásica casilla de chapa a la intemperie. Otra contra jorobada es la contaminación ambiental y sonora; el humo automotor por momentos satura la atmósfera; el ruido del tránsito y la gente altera hasta al más tranquilo.

Otro recuerdo inolvidable son los robos. Es un área de bancos, hoteles, comercios y empresas; transitan ejecutivos, turistas e individuos de todo nivel; cada dos por tres veía pibes que manoteaban carteras o billeteras y escapaban. Los policías se volvían locos; yo conocía a los que vigilaban la zona, los saludaba y charlaba. La primera vez que fui espectador directo de un hecho de cierta violencia, un chorro le manoteó el bolso a una señora, la arrastró y le pegó; una escena truculenta. El pendejo huyó corriendo; otro lo estaba esperando cerca en moto; el ratero se trepó atrás del conductor, que arrancó y volaron. Un policía gritó alto, alto, alto; sacó el arma, lo tenía para dispararle. Un comerciante que estaba ahí nomás exclamó tirale, tirale, tirale. Pero se abstuvo. Después el otro le preguntó por qué te frenaste, sos cana, podías gatillar. Le contestó si yo llego a matarlo o lastimo a otra persona, sabés el quilombo que se me arma. El otro insistió entonces, para qué elegiste este trabajo. Le respondió porque es un empleo seguro que me permite llevar el pan a mis hijos. El otro le siguió discutiendo: entonces llevás el arma para nada, largá todo y listo.

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Mi casa paterna en Pergamino queda sobre la Avenida de Mayo, a metros del Club Martín Illia y frente a una parcela que, cuando yo era chico, estaba baldía. Crecían cañaverales y en un sector jugábamos al fútbol a la salida de la escuela; tirábamos el portafolios o la mochila en el pasto y se armaban unos partidos memorables. La única parte edificada consistía en un corralón de materiales que pertenecía a don Lupo, un italiano que había migrado después de la Segunda Guerra Mundial y hablaba medio atravesado, mitad en su primer idioma y mitad en castellano; trabajaba con varios hijos, todos nacidos en Argentina.

Cuando llegaba algún circo a la ciudad se instalaba en ese terreno. En caso de que necesitara más superficie, lo hacía para el lado del llamado cruce de caminos, en las afueras. Recuerdo haber visto unas cuantas funciones, que impactaron mi percepción infantil; traían leones, osos, monos y distintas especies de animales; presentaban los números de siempre: trapecistas, payasos y magos. Los últimos para mí eran parte del conjunto, los veía sin especial fascinación; me gustaba todo lo que ofrecía el espectáculo circense, nunca pensé cuando sea grande quiero hacer eso. Mi cabeza de niño siempre estuvo concentrada en el boxeo, ese era mi sueño; los otros deportes, el atletismo y el fútbol, representaron circunstancias. Aún en la actualidad, cuando entreno lo hago pensando en la posibilidad de guantear u organizar una exhibición.

Aviso promocional del programa de TV.

Como me pasa con la poesía, las personas en general se sorprenden de mi faceta de mago, les parece imposible que alguien que alguna vez se mostró duro en el ring pueda expresar la inocencia y la sutileza de un juego con un pañuelo, una flor o una paloma; realizar ardides que emocionen a un adulto o provoquen la sonrisa de un niño. Pero en realidad la única diferencia básica es el escenario, en lo demás hay enormes similitudes. Por un lado, el hecho de que el intérprete actúa solo, se trata de actividades individuales; por otro, el uso de las manos como habilidad predominante; además, el aspecto psicológico o mental de asumir un papel, en el caso de un truco para conquistar al público y en el del boxeo para dominar al rival.

De a poco fui afinando mi forma de actuar y de relacionarme con los espectadores. Por ejemplo, sumé la ventriloquía, que es el arte de modificar la voz para que parezca venir de otra fuente, generalmente un muñeco, sin usar los labios o con movimientos mínimos, creando la ilusión de que el objeto habla. En la actualidad me presento con el alias de Gabriel el Mágico en escenarios de toda la Argentina e incluso el exterior. Hace poco hice la temporada en la República Dominicana, donde estrené un programa de televisión propio con la asistencia de mi esposa Cristina.

Uno de los aspectos que más me fascina de la magia es que permite llegar a un mismo resultado a través de distintos caminos. Algo parecido sucede con el concepto de verdad, nunca es único y absoluto; depende de la mirada de cada uno; quizás para mí la certeza de determinado asunto es tal y para un amigo en cambio es otra muy diferente, aunque ambas resulten igual de válidas. El efecto de un juego de magia es uno solo; sin embargo, cada ejecutor puede realizarlo de millones de maneras. La vida y el universo funcionan de la misma forma, son sorprendentes, impredecibles, inabarcables.