Hasta quién sabe dónde (episodio 1)

1°/7/2025

Ricardo Gabriel Bermejo es luchador, mago y poeta. Este relato por entregas recoge su testimonio apasionado. Nacido en la ciudad bonaerense de Pergamino, se considera habitante del mundo. Entre infinidad de peripecias, que incluyen los sueños, la perplejidad y la tragedia, conoció la gloria como héroe olvidado del atletismo y campeón de boxeo sin corona.

El que hace siempre va a recibir críticas, al contrario que el que se queda cruzado de brazos. Los palos caen sobre el que genera. Creo que los ataques mas grandes que tuve en mi vida provinieron de Pergamino, la ciudad donde nací, me crié y me desarrollé. Hoy sostengo con la experiencia que no acepto comentarios de gente que nunca construyó nada; quizás alguien me dice lo que le parece sobre boxeo; escuchame, esto, lo otro; entonces le preguntaría vos cuántas peleas hiciste; tal vez me contesta ninguna; yo le respondería listo, no podés hablar.

Bueno, eso hace la mayoría, opina sin saber. El argentino es así, igual que el porteño; lo digo por lo que he vivido. El pergaminense juzga por juzgar; no sabe qué es subir a un ring ni qué es prepararse o entrenar tan siquiera un día; se larga a opinar de cosas que no conoce. Con qué autoridad puede afirmar algo sobre el tema, más tratándose de una disciplina que dentro de los deportes es la más complicada; yo hice atletismo, ciclismo, triatlón, nadé y el boxeo es incomparable.

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Una tarde de comienzos de 2005 estaba como cotidianamente en Martinetti Internacional y llega un pibe alto con cuatro o cinco personas más; yo estaba entrenando. Me llaman y me proponen guantear, hacer una sesión de sparring; mi coach me dice tranquilo, no demostrés demasiado, tirate un poco para atrás, porque con este vas a pelear; hice guantes, pero con perfil bajo, sin exhibir mucho. Yo no sabía quién era; después me dijeron el nombre, Martín Abel Bruer [apodado Escopeta, oriundo de Trenque Lauquen]; era el número dos del ranking y estaba invicto; yo era el tres. Guanteamos y nada más; no charlamos; igual es un tipo seco, no es de hablar mucho.

Al cabo de algunos meses se armó la pelea como eliminatoria para el título argentino; el ganador iba a tener una chance por el cinturón nacional supermediano; en esos términos se planteó.

Yo estaba en Martinetti, que era una empresa onda Estados Unidos; a la larga se disolvió porque la Federación Argentina de Boxeo le metió el palo en la rueda; era idea de un magnate, un millonario que en vez de adiestrar perros de carrera o gallos de riña quería invertir en boxeadores; arrancó en un predio atrás del Abasto Shopping y se mudó a un gimnasio muy lindo en el centro porteño, en la calle Suipacha, a dos cuadras del Obelisco.

Gabriel Bermejo, alias Iron Boy, en 2005.

El equipo técnico estaba compuesto por Carlos Rubén Martinetti [el Bocha, campeón argentino], Sergio Víctor Palma y Juan Martín Coggi [el famoso Látigo; estos dos fueron campeones mundiales; Coggi tres veces]; había un médico también, Gustavo Guilhem; estaba genial el plantel, nos trataban magnífico; entrenamos como nunca se hizo acá, en Argentina, en el más alto nivel.

En mi cabeza en ese momento no tenía techo, quería ir para arriba como sea; todo lo que me ponían adelante lo quería noquear; me sentía imparable; el primer paso era vencer a los mejores de Argentina. Mi objetivo era llegar a lo máximo que pudiera, contando con el límite que me imponía la edad, porque empecé a boxear en serio a los 26 y me hice profesional en el tope, a los 28; enfrenté a Bruer con 33, bastante grande; el tenía 25; mi aspiración era competir por un título mundial; hay muchas organizaciones de pugilismo.

Supermediano es 76 kilos 200, una categoría relativamente nueva donde hoy reina el Canelo Álvarez [Santos Saúl Álvarez Barragán, mexicano]; es un rango muy vistoso; es un poquito más que mediano y un poquito menos que medio pesado. Es una de las especialidades que mejor se pagan, aparte de la de los pesados.

Cuando me dijeron que el combate se haría en Pergamino sentí que era un compromiso tremendo; tal vez en otro lado podía estar más relajado; en mi pueblo tenía que ganar sí o sí; aunque hiciera un peleón, si perdía se iban a quedar todos únicamente con la derrota, sin valorar el grado de sacrificio o la evolución deportiva que yo había alcanzado o en la que estaba compitiendo. Así que lo tomé como un desafío crucial, me preparé con esa noción; tenía que estar perfecto, a todo o nada, y lo estuve.

La de esa noche en el Loin Rouge de Pergamino fue la mejor de todas las peleas que realicé; le propiné la paliza de su vida a Bruer; fue la primera derrota que sufrió, venía arrasando por knock out en todas; fue a diez rounds y gané de punta a punta. Me encontraba perfectamente entrenado; fuerte, rápido; sentí que estaba para desafíos grandes, que podía conseguir lo que quisiera, que podía ser campeón del mundo.

La Opinión de Pergamino, 10 de junio de 2005.

Los duelos por eliminatoria se pactan a diez vueltas; las que son por un título duran doce; otras competencias menos relevantes seis y las de principiantes cuatro. En el terreno profesional hay tres minutos de combate y uno de descanso; en el amateur dos por uno.

Hasta mediados de la década de 1980 había enfrentamientos a 15 rounds. En esa época brillaban [Sugar Ray] Leonard, [Tommy] Hearns o [Roberto] Durán [apodado Mano de Piedra; los tres fueron campeones mundiales; los dos primeros estadounidenses, el tercero panameño; Leonard suele ser considerado el boxeador mas talentoso que existió]; pero los expertos consideraron que 15 era una brutalidad.

Cuando hay un enfrentamiento de cierta magnitud, en este caso de nivel nacional, con los mejores de la categoría libra por libra y peso por peso, como dicen en Estados Unidos, para evitar manejos espurios se llama a licitación y el que pone más plata organiza el espectáculo.

Un inversor de Pergamino, ayudado por Martinetti Internacional, ganó el concurso y por eso fue sede mi ciudad natal. El mecanismo de la convocatoria es simple, mediante la oferta de una bolsa, como se hace en cualquier remate o subasta; participaron promotores destacados, como [Mario] Margossián y [Juan Antonio] Bonet [apodado el Canga]. El escenario elegido, el Loin Rouge, era un boliche bailable, un marco espléndido; había terrazas desde donde la gente nos podía ver casi al lado.

Gabriel Bermejo versus Martín Bruer, 11 de junio de 2005, Pergamino.

Recuerdo las caras del público; ver boxeo en vivo es muy diferente de mirarlo en televisión; se sienten los golpes, la transpiración, los gestos; cada suspiro, cada ruido, cada palabra; todo se potencia mil veces; ese trance fue hermoso, está guardado en lo más profundo de mi memoria, porque sentí que estaba para consagrarme.

Era una eliminatoria, eso quiere decir que era clasificatoria para competir por la corona. El contendiente podía ser [Rubén Eduardo] Acosta [alias el Siru]; hace poquito lo vi en Mar del Plata, casualmente; fui al gimnasio de el a moverme; un tipo excepcional, un gran ser humano; era el tercero en discordia; con el y Bruer éramos los mejores. El título estaba vacante porque habían suspendido al último titular, Omar [Eduardo] González [el Príncipe], que se había ido a pelear al extranjero por su cuenta, algo supuestamente prohibido.

Pero con frecuencia la Federación inventa tramoyas para meter deportistas que puede dominar. En este contexto, el hombre elegido era Bruer; me di cuenta después por cómo se fueron dando las circunstancias. En su momento voy a contar lo que aconteció luego, pero esa noche en Pergamino fue mía y a Bruer no lo pudo salvar ni la Federación ni nadie; esa función hablaron mis puños, lo vencí claramente.

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La velada en el Loin Rouge fue el 11 de junio de 2005. Estuvo Osvaldo Bisbal [el Flaco], presidente de la Federación Argentina de Boxeo; también Luis Guzmán, considerado el mejor árbitro de ese entonces. Se congregó todo Pergamino, no entraba un alfiler; la capacidad se desbordó; había más espectadores que lo previsto, el apoyo del pueblo fue inusitado; estaba el que me seguía, que era consciente de que se trataba de una pelea de enorme trascendencia, y al mismo tiempo estaba el morboso que quería verme fracasar, comprobar si yo era tan bueno como decían, que se negaba a aceptar que me estaba abriendo camino.

Látigo Coggi vendando a Gabriel Bermejo.

Fue una noche mágica, una fiesta con una repercusión tremenda; hacia años que el boxeo permanecía ausente de la tapa del diario La Opinión de Pergamino y el resto de la prensa local; me hicieron notas inolvidables; por otro lado, la pelea obviamente fue televisada.

Tengo tres tatuajes en mi cuerpo. En mi hombro derecho unos guantes; en mi hombro izquierdo el nombre de mi hermano menor, Hernán, en árabe; mi otro hermano, Martín, también se lo hizo; y en el omóplato izquierdo me plasmé dos emblemas; el del hombre [un círculo del que sale una flecha] y el de Aries [los cuernos del carnero], que es mi signo del Zodíaco. Los tres íconos son muy significativos; los guantes forman parte de mi vida, mi hermano menor falleció asesinado y los otros dos sellos sintetizan lo que soy.

Con Látigo Coggi tuve un vínculo muy estrecho. Con Palma un poco menos, pero me llevaba bárbaro; Sergio era en extremo inteligente, agradable, de modos muy finos, la verdad que un distinto del boxeo; después se enfermó y con los años, lamentablemente, murió de Covid. Respecto de Coggi, hacia el yo sentía gran admiración y respeto como campeón del boxeo y de la vida; Látigo me miraba profundamente a los ojos como nadie me ha mirado y yo entendía lo que me quería expresar; de esa forma, un cachito antes de pisar al ring, me transmitía la paz y la tranquilidad que necesitaba.

Yo era muy obediente como pupilo, no era un loco que saliera a hacer cualquier disparate; estaba siempre diez puntos, podía ejecutar todo lo que me indicaran. Con Coggi intuía que mi rincón se hallaba en buenas manos, me sentía seguro; con el sabía lo que debía hacer; cuándo era la ocasión de apretar y cómo; cuándo tenía que boxear. Con eso era suficiente, yo necesitaba eso. El me guiaba; yo ponía el cuerpo, la cara y los puños.

Gabriel Bermejo impacta a Martín Bruer, 11 de junio de 2005, Pergamino.

Cuando se armó la empresa Martinetti Internacional fui uno de los dos pioneros; compartí el privilegio con [Víctor Emilio Ramírez] el Tyson del Abasto [campeón del mundo]; fuimos los primeros en entrar al gimnasio y pegarle a la bolsa. Más tarde Martinetti sumó a su equipo técnico a Coggi y Palma; frente a esto, de a poco me fui corriendo para el lado de Coggi, me sentía más cómodo con Látigo que con Martinetti.

Al saber que la pelea se iba a realizar en Pergamino sentí doble motivación y compromiso; tenía que ganar o ganar; es lo que pensé en ese momento. Hoy me tomo las cosas de otra manera, creo que la victoria es dar lo mejor; en aquella época, para mí el resultado era más importante que todo; perder no entraba en mi cabeza. Lo cierto es que tenía que rendir lo máximo; por eso entrenaba a consciencia; muy temprano a la mañana salía a correr y levantaba pesas, hacía trabajo de fuerza; a continuación descansaba y retomaba a la tarde en el gimnasio, con sparring y bolsa.

Contrataron un sparring para mí; Daniel Sclarandi [campeón argentino], uno de los dos hermanos; el otro se llama Jorge; cuando nos presentaron me quería morir, yo lo había visto pelear en la tele varias veces; fue un terrible pugilista; hicimos tanta amistad que me fue a bancar con su señora al Loin Rouge. Para llevarlo al plano popular, es como hacer guantes con [Jorge] Locomotora Castro [campeón del mundo], lograr cierta confianza y que además vaya a mi actuación.

Me preparé con meticulosidad, estaba todo perfecto; lo único que hacía era entrenar, descansar, comer y así día a día. Me mantuve al pie de la letra en todo lo planeado, sin salirme en nada, y llegó el resultado; donde está la atención va la energía y eso se transforma en conquistas; yo vi que iba a andar bien, me vi ganando. No hubo ninguna sorpresa para mí, el desconcierto fue para el, que no sabia cómo pararme; pero fuera de eso no hubo nada inesperado; salió todo como estaba previsto, incluso más fácil de lo que había pensado.

Látigo Coggi, Gabriel Bermejo y Carlos Martinetti.

Yo vivía en el partido de Avellaneda, en el Gran Buenos Aires, y el gimnasio de Martinetti quedaba en el centro porteño; sin embargo, la pelea se hizo en Pergamino. Podría haber sido en la Capital Federal, yo hubiera estado más tranquilo, es el lugar donde me movía habitualmente. Mi terruño implicaba un compromiso mayor todavía, más presión; de todas formas, si se sabe manejar, si no te quema, la presión es un estímulo, un combustible para llegar más lejos.

En ese marco, ganarle a Bruer podía otorgarme un boleto a la cima. Era el favorito de la Federación, el boxeador de Osvaldo Bisbal, el presidente, que se murió y bien muerto está. Todo se acomodó de esa manera. Soy de ir para adelante; hay personas que dan vueltas y vueltas; me adapto a lo que sea, no soy milonguero, como decían antiguamente, o histérico, como se dice ahora; no ando con histeriqueadas; si vamos, vamos y si no vamos, no vamos.

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Por lo que yo había visto, Bruer era un boxeador duro, que usaba escasamente la cintura; tampoco era demasiado creativo; parecía más bien cuadrado en su manera de pelear, todo lo que pretendía era embocar una mano y triunfar por knock out; era un peleador más que un dotado. Yo por mi parte, en contraste, sí intentaba boxear, para lo cual había desarrollado herramientas y recursos. Como consecuencia, sabía que le podía ganar y lo hice bien, me impuse en todos los rounds con una ventaja palpable. Recuerdo cuando lo tiré y los momentos en que las piernas se le aflojaban.

De todas maneras, mi rival dentro de sus limitaciones tenía atributos destacables, como el valor, el coraje; no se rendía jamás, al menos hasta que luchó conmigo. Al tiempo lo vi en otras peleas y ya no era el mismo, estaba apichonado, alicaído; pero hasta esa noche en Pergamino parecía imbatible; tenía un corazón enorme que lo llevaba para adelante sin cesar, por lo que fue una excelente batalla, un show hermoso.

Gabriel Bermejo, alias Iron Boy.

Yo era quizás cercano al estilo del Canelo Álvarez; boxeaba, movía la cintura, recorría el cuadrilátero, desplegaba un abanico de posibilidades. En cambio, Bruer era tal vez una onda Carlos Monzón; iba derecho para adelante; pum, pum, pum; metía la derecha con una fuerza impresionante, había que tener cuidado con esa mano. Éramos el Canelo versus Monzón; una cosa así, más o menos, como para hacerse una idea. Salvando las diferencias, dijera mi [fallecido] suegro, Ernesto Mizrahi [apodado Kuky], el célebre periodista de boxeo.

Antes de la pelea, yo estaba muy tranquilo, sabiendo que había hecho todo lo que tenía que hacer; me mantenía relajado. Por supuesto que sentía el nerviosismo de la hora de la verdad; hay cierta ansiedad mientras a uno lo vendan y todo eso; pero estaba seguro de que había transitado correctamente el proceso. El resultado es aleatorio, una cosa que sucede; un boxeador puede ganar o perder por knock out, puede ganar o perder por puntos; pero contaba con el capital de todo el trabajo que había puesto y el enfoque que había alcanzado. Creo que fue el duelo que más preparé y más disfruté en toda mi carrera.

La estrategia era boxear, no dejarme tocar y a continuación ir viendo cómo se daba; ante un pegador es funesto pararse delante y exponerse a los puños; al contrario, hay que esquivar todo lo que tire. Un noqueador necesita golpear. Además, yo era consciente de que también tenía la mano pesada; había ganado varias veces por knock out; por lo que el iba a sentir el intercambio; de hecho, eso fue lo que pasó; en el primer round lo volteé y en el quinto le temblaron las gambas.

En la revancha en Trenque Lauquen lo tiré en el octavo, sin dudas sufrió el choque más que yo. Tras el desquite se tuvo que hacer cirugía, le había quebrado el tabique. Desde entonces no fue igual, empezó a perder; gano y perdió, pero más perdió que ganó. El motivo es que padeció el enfrentamiento conmigo física, mental y emocionalmente; fui la bisagra de su historia deportiva.

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Siempre me apoyo en mí, me reinvento en cada circunstancia, compito conmigo mismo, nadie me ayuda en eso; decido hacer algo y pongo lo mejor. Nunca aspiré a ser como este o como aquel. Ni siquiera como mi papá o como mi mamá; para empezar, porque ninguno de los dos me motivó en nada. Cuando desde la infancia hice atletismo mi viejo me acompañaba a entrenar y me llevaba a competir y demás, pero el que ponía el cuerpo era yo; asumía cada desafío, sufría cada traspié. Cuando empecé a boxear me mandé solo y más tarde busqué entrenadores de la Capital Federal.

Látigo Coggi vendando a Gabriel Bermejo.

Nadie de mi entorno o de mi familia fue un ejemplo; además yo superé todo lo que cualquier Bermejo u otro pariente hizo en boxeo, en atletismo, en ciclismo; lo emprendí por mi cuenta, es algo que yo decidí; creo que cuando uno se lanza tiene que poner el alma, de lo contrario es mejor abstenerse.

Obviamente, hay gente que merece mi agradecimiento; el destino siempre envía personas que aparecen en el camino de manera providencial. En una época entrenaba durante la semana en Buenos Aires y volvía sábado y domingo a Pergamino; los viernes iba al gimnasio temprano y después salía con el bolso a hacer dedo. Una vez entré a un local de comida de mi pueblo a comprar y de casualidad me puse a charlar con Miguel Urbaneja, un médico; me dijo que todos los lunes a la mañana viajaba a la Capital Federal; desde entonces, me pasaba a buscar y me dejaba en la Federación Argentina de Boxeo. Un montón de tiempo me llevó, sin ningún interés ni nada a cambio.

Miguel me arrimaba y seguía camino hacia La Plata, donde trabajaba en un sindicato. Le doy las gracias; siempre hablábamos de la vida; le conté y me contó infinidad de anécdotas; es una gran persona que quiero mucho y recuerdo con todo cariño. Me ha visto guantear varias de veces, una con Locomotora Castro, otra con Marcelo Domínguez [igualmente campeón del mundo]; le encanta el boxeo. Los Urbaneja son una familia de doctores, tienen el consultorio cerca del Colegio Comercial de Pergamino; se especializan en traumatología, hacen operaciones de rodilla y ese tipo de cuestiones.

Martín Bruer versus Gabriel Bermejo, 11 de junio de 2005, Pergamino.

Otro con el que estaré agradecido toda la vida es Javier Navarro, un camionero que fue mi compañero de la primaria en la Escuela 22 y también me llevó y me trajo bastante en el mismo recorrido; el hacía los viajes para una granja que tienen unos chilenos radicados en el pueblo. Un hermano de Javier se llama Walter, es carnicero y tengo igualmente amistad.

Si nadie me arrimaba me movía a dedo, porque no contaba con dinero para rajar todos los fines de semana y sinceramente quedarme en Buenos Aires era una tristeza en ese tiempo, extrañaba mi patria chica.

Una presencia destacada de índole espiritual ha sido mi fallecido hermano Hernán, que estuvo a su manera en cada pelea y me protegió; fue como un ángel guardián; durante mi carrera me crucé con rivales bastante jodidos y sé que con su ayuda logré salir bien plantado.

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Con Bruer había ciertas diferencias a favor de el; para empezar, era ocho años más joven, eso es importante según algunos; por otro lado, tenía un alcance superior en los golpes; era más largo de brazos y me llevaba unos cuantos centímetros de altura. Esto implica que yo tenía que pelear de la media distancia para adentro y constantemente entrar y salir; pero podía hacerlo; de manos era rápido y confiaba en mis piernas; en la adolescencia fui campeón provincial y nacional de atletismo.

Esa noche en el Loin Rouge la supuesta ventaja de el se esfumó, aunque si me quedaba y lo dejaba boxear de lejos podía ser un contrincante arduo; el estaba bien entrenado; en todo momento tiraba manos yendo para adelante. Con el correr de los años pudimos hablar, me dijo que en aquel trance estaba enfermo; para mí son excusas. En Pergamino hubo una amplia diferencia a mi favor y en todas las distancias; las manos que le tiraba de lejos asimismo entraban.

La revancha en Trenque Lauquen fue distinta hasta el tercer round, a partir de ahí volvió a ser el mismo desarrollo que en la primera pelea, conmigo dominando claramente; me equivoqué en las vueltas iniciales del desquite porque salí a pegar y recibir. Encima había otras condiciones creadas, había una barra brava local que al terminar me agredió, también a mi entorno. Me humillaron. Yo estaba muy caliente. Había ido a ganar, me sentía incluso mejor preparado que en el primer enfrentamiento.